GOBERNANTES E IMPERIOS

La monarquía davídica—1 Crónicas 29: 26

Orígenes. Israel estableció su reino en un momento en que el sistema anterior de jueces («libertadores» y gobernantes) ya no satisfacía las expectativas del pueblo (1 Sam. 8: 1-5). Cada tribu actuaba de forma autónoma con poco sentido de identidad nacional más amplia. Eso los hacía vulnerables cuando eran atacados por grupos como los filisteos, que operaban unidos en confederaciones más fuertes. Los israelitas querían que alguien guiara a todas las tribus para enfrentarse a tales amenazas. De manera renuente, Dios aceptó su pedido y le ordenó a Samuel que ungiera al primer rey, Saúl de la tribu de Benjamín, en presencia del pueblo reunido (1 Sam. 8; 10: 20-25). Siguió un reinado de cuarenta años (ca. 1050-1010 a. C.), que las doce tribus nunca cuestionaron formalmente. Luego, la muerte de Saúl y tres de sus herederos en una batalla (1 Sam. 31: 1-5) dejó en duda la línea de sucesión.

Conflictos internos. Entonces, el ejército entronizó a Is-boset, otro hijo de Saúl (2 Sam. 2: 8-9), mientras que la tribu de David, Judá, lo proclamó rey de su territorio (2 Sam. 2: 4). Estalló una guerra civil entre los seguidores de David, de la tribu de Judá, y los del hijo de Saúl, de las otras tribus (2 Sam. 2: 10-11). Se derramó mucha sangre antes de que las demás tribus reconocieran a David como rey. Él reinó durante siete años sobre Judá y treinta y tres años sobre todo Israel, por un total de cuarenta años, desde alrededor de 1010 a 970 a. C. (2 Sam. 5: 1-5). Durante la última parte de su reinado, David enfrentó nuevamente una guerra civil, instigada por uno de sus propios hijos, Absalón (2 Sam. 15: 1–18: 18). Otros desafíos mostraron que su monarquía se fue debilitando cada vez más hacia el fin de su reinado, como consecuencia de su desobediencia, según el registro bíblico (2 Sam. 20: 1-22). Después de la muerte de su hijo, el rey Salomón, el reino se dividió permanentemente (1 Rey. 12: 1-20).

Conflictos externos. David procuró unificar aún más a las doce tribus eligiendo una nueva ubicación para la capital, más céntrica y estratégica, así como más neutral en comparación con Hebrón, su capital anterior en el sur. Después de conquistar el monte Sión, en Jerusalén (2 Sam. 5: 4-10), continuó luchando contra los enemigos tradicionales de Israel. Los filisteos todavía estaban presentes en el territorio de Israel, pero después de derrotarlos (2 Sam. 5: 17-25; 21: 15-22), David comenzó a reclutarlos como guardaespaldas (2 Sam. 15: 18-22). Gobernó sobre los moabitas y los arameos de Damasco, así como sobre los amonitas, los edomitas y los amalecitas (2 Sam. 8: 1-18; 10: 1-19; 12: 26-31; 1 Crón. 18: 1-14) y su reino alcanzó la extensión máxima de la tierra prometida a Israel (Gén. 15: 18-21; Deut. 11: 24). La Biblia registra que todas las naciones y pueblos bajo el dominio de David le pagaron tributo, pero no explica cómo mantuvo el control sobre ellos. Según las Escrituras, los pueblos que vivían en Canaán antes de que llegaran los israelitas comandados por Josué en el siglo XV a. C. (Éxo. 3: 8; Jos. 3: 10) todavía estaban allí durante el reinado de David e incluso cinco siglos después, en tiempos de Esdras (Esd. 9: 1). Los fenicios de Tiro se convirtieron en socios comerciales de Israel, construyeron un palacio para David con materiales del Líbano y contribuyeron significativamente al desarrollo del reino (2 Sam. 5: 11-12). Tal colaboración con Tiro aumentó bajo el reinado de su hijo Salomón (1 Rey. 5: 1).

Política religiosa. La Biblia no dice mucho sobre los asuntos internos de la administración de David. Sin embargo, sí comenta su papel en la cuidadosa preparación para la futura construcción del Templo por su hijo Salomón y cómo organizó a los líderes de la adoración (1 Crón. 22: 1–29: 19). Según los textos bíblicos, la monarquía de David no tenía los recursos ni la capacidad para realizar las reformas internas necesarias para cambiar significativamente la calidad de vida de la población en general. Él estaba demasiado ocupado en atender los conflictos políticos internos y externos (1 Crón. 22: 8). A diferencia de lo que sucedió con su hijo Salomón (1 Rey. 11: 4-10), la idolatría no floreció durante el reinado de David.

Elementos históricos y arqueológicos. Las excavaciones frecuentemente descubren objetos de la época del reinado de David, pero hay muy poca evidencia histórica o arqueológica confiable relacionada con su nombre. En 1993, los arqueólogos encontraron la estela de Tel Dan, en el norte de Israel y establecieron que era del siglo IX a. C., el período del rey sirio Hazael de Damasco (1 Rey. 19: 15). La estela parece mencionar una dinastía de la «casa de David». Pero no todos los arqueólogos están de acuerdo con esa interpretación, ya que la estela no está bien conservada y faltan algunas palabras.

De manera similar, en la estela de Mesa, el rey moabita del mismo período (2 Rey. 3: 4-7) se refiere a la «dinastía» o «casa de David». Durante el siglo I d. C., los emperadores Vespasiano, Tito (que había viajado a Judea), Domiciano y Trajano trataron de eliminar a los descendientes de David para evitar que tomaran el poder en la región (Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 3.12, 19-20, 32). Esto demuestra que los antiguos no consideraban que haya sido un mito la historicidad de David como rey fundador de una dinastía israelita.

Simbolismo mesiánico. La fidelidad de David y sus victorias sobre los enemigos de Israel hicieron que su reino, poco después de su muerte, comenzara a simbolizar el ideal de la realeza (1 Rey. 3: 14). Dios mismo declaró que preservaría a Judá solo por la fidelidad de David (1 Rey. 11: 13). El Mesías saldría de Judá para salvar a Israel (Gén. 49: 10; Núm. 24: 17). Esta idea se desarrolló más con la promesa de que el Mesías sería un Hijo de David (p. ej., Sal. 72; Isa. 9: 6-7), a través de la predicción que hizo el profeta Natán de un reino eterno para David, que se repite en el Nuevo Testamento (2 Sam. 7: 4-16; Luc. 1: 32-33; 2 Tim. 2: 8; Apoc. 5: 5; 22: 16). En la época del ministerio de Jesús, los judíos generalmente creían que el Mesías continuaría la línea de David y libraría a Israel de sus enemigos, los romanos (Luc. 1: 71, 74; 24: 19-21; Hech. 1: 6). Sin embargo, como deja en claro el Nuevo Testamento, el reinado de gloria de Jesús llegará solo en el momento de su segunda venida (Mat. 24: 30; 26: 64).

Finkelstein y Silberman, Les rois sacrés de la Bible. À la recherche de David et Salomon.

Kitchen, On the reliability of the Old Testament.