PRÁCTICAS RELIGIOSAS

Prácticas funerarias en el Antiguo Testamento—1 Reyes 13: 31

Los israelitas desarrollaron prácticas de entierro distintivas. Las naciones circundantes, especialmente los egipcios, dedicaban mucho tiempo y recursos a construir y amueblar sus sepulcros y tumbas. Pero los israelitas mostraron comparativamente poco interés en cómo enterraban a sus muertos.

Durante el período del Primer Templo, las familias ricas a menudo excavaban tumbas en una peña, siguiendo el modelo de una casa pequeña. La tumba tenía una o más cámaras, cada una con varios bancos de piedra, a menudo con indicaciones respecto de dónde colocar la cabeza y los talones de los cuerpos. Cubrían a los difuntos solo con un trozo de tela. La tumba se cerraba con una piedra maciza colocada en la entrada. Las tumbas solo se abrían para un nuevo entierro. Después de que la carne se descomponía, los miembros de la familia colocaban los huesos en un depósito excavado debajo de los bancos de piedra, que quedaban listos para nuevos entierros.

El pensamiento judío había llegado a considerar la muerte como una especie de expiación por los pecados cometidos en vida, ya que la muerte misma era el resultado del pecado, un concepto que comenzaron a analizar más profundamente durante la época rabínica (Siphrei, Shelah 112). De modo que la muerte de una persona podía purgar el pecado del individuo (Shab. 8b). Además, se pensaba que el pecado residía en la carne y, por lo tanto, se expiaba a través de la putrefacción. Pero los huesos eran eternos y debían conservarse como garantía de la resurrección futura.

Un hombre que había sido apedreado o crucificado no podía ser enterrado en la tumba familiar, pero después de la descomposición de su carne, la familia podía colocar sus huesos allí. Las tumbas no debían ser profanadas, e incluso hoy en día, los judíos religiosos se aseguran cuidadosamente de que los arqueólogos no cometan sacrilegios al excavar tumbas antiguas.

Debido a que los judíos creían que los cadáveres contaminaban ritualmente, no permitían los entierros dentro de una ciudad habitada y, por lo tanto, excavaban las tumbas fuera de las murallas de la ciudad. Solo en Jerusalén, en las numerosas necrópolis que rodean la ciudad, los arqueólogos han examinado unas mil quinientas tumbas. Como lo indican los tipos de cerámica encontrados en las tumbas, su período de uso podía durar desde dos o tres generaciones hasta quinientos o seiscientos años.

Las tumbas más grandes cerca de Jerusalén se encuentran en la necrópolis que está al norte de la Puerta de Damasco, donde hay dos tumbas de más de cien metros cuadrados cada una, en el patio de la Basílica de San Esteban. Las tumbas están bien talladas. Una de ellas tenía dos sarcófagos, los únicos encontrados en Jerusalén, lo que ha llevado a algunos a pensar que podrían ser las tumbas de los reyes de Judá.

El examen de los huesos de las tumbas reveló que pertenecían a unas cuarenta y tres personas, veintiséis adultos y diecisiete niños. La persona de más edad tenía unos 60 años. Los hombres medían entre 1,57 y 1,67 metros de altura y las mujeres entre 1,44 y 1,52 metros. Los dientes no muestran caries, pero el hueso alrededor de las cuencas de los ojos en los cráneos indica que podrían haber sufrido anemia. Las personas que vivían en aquel tiempo tenían una corta esperanza de vida y problemas de salud importantes. Los datos recopilados de las tumbas nos ayudan a conocer más sobre su alimentación, condición física, enfermedades, edad al fallecer, situación financiera y creencias sobre la vida después de la muerte.

Los judíos adoptaron algunas prácticas funerarias paganas, como lo demuestran los artefactos encontrados en las tumbas: cerámica, joyas y armas. Su presencia y cantidad varían según el poder adquisitivo de la familia. La cerámica de las tumbas se diferenciaba de la que se encontraba en sus hogares. Una tumba normalmente tenía los siguientes tipos de cerámica: vasijas de arcilla grandes y pequeñas, frascos de perfume y lámparas de aceite que se usaban para iluminar la tumba. Las lámparas se colocaban junto a la cabecera del difunto y las vasijas a sus pies. Los arqueólogos han encontrado numerosas piezas de joyería, como las que se enumeran en Isaías 3: 18-21, así como objetos de oro bellamente tallados, especialmente aretes, pero también pequeñas estatuillas de marfil o hueso y piedras preciosas. Las armas, a diferencia de las tumbas paganas, solían consistir en puntas de flecha en lugar de cuchillos y espadas. Los objetos de las tumbas revelan además la creencia en la existencia de vida después de la muerte.

En términos generales, las tumbas no contienen inscripciones debido a la regla deuteronómica de usar piedras sin tallar (Deut. 27: 5-6). Se conoce la tumba de un solo individuo, llamado Sebna, que tiene una inscripción tallada en su estructura. Pero el profeta Isaías condenó tal práctica (Isa. 22: 15-18). Lo que sí encontraron los arqueólogos son sellos, bullae y piezas metálicas con inscripciones. La tumba más famosa con tales escritos es la de Ketef Hinnom, del siglo VII a. C., que tenía dos pequeños rollos de plata escritos en caracteres hebreos, siendo el ejemplo más antiguo conocido de textos bíblicos que se haya encontrado.

Las tumbas son una fuerte evidencia de la fe de la gente. El elemento esencial en las tumbas judías es el depósito de huesos, colocado debajo del banco de piedra del difunto. La costumbre de almacenar juntos los huesos de generaciones enteras de la misma familia es probablemente la práctica a la que se refieren muchos textos bíblicos cuando dicen que «toda aquella generación también fue reunida a sus padres» (Jue. 2: 10 [RVR1960]; 2 Rey. 22: 20). Tanto la expresión bíblica como la práctica funeraria demuestran una creencia y esperanza generalizadas de que las familias volverían a reunirse. El deseo ardiente de todo judío religioso era ser sepultado junto con su familia en la tumba de su padre.

Geva, Ancient Jerusalem Revealed, 107-108.