VIDA COTIDIANA

Moda en el mundo del Nuevo Testamento—1 Timoteo 2: 9-10

A lo largo de la historia, los seres humanos han utilizado joyas y otro tipos de adornos para ocultar o enfatizar alguna realidad. El antiguo Israel, por ejemplo, empleaba ciertos aspectos de la vestimenta para representar su condición de personas con un llamamiento divino que debían evitar la asimilación cultural. El arte egipcio y mesopotámico sugiere que, en los tiempos del Antiguo Testamento, cada nación tenía una vestimenta o peinado distintivo. Sin embargo, a pesar de algunos rasgos característicos, la ropa de Israel no era única. Las costumbres de otras culturas, como las de Egipto, Babilonia, Grecia y Roma, influyeron en la vestimenta y los adornos hebreos/judíos. En la literatura o el arte antiguo no se ha encontrado evidencia de que los judíos se vistieran de manera diferente a los que los rodeaban. Todo indica que compartían muchas prácticas y estilos.

Si bien el tipo de industria de la moda que conocemos actualmente no existía, muchos, incluso en Israel, mostraban interés por el porte, las joyas y los productos de belleza que estaban de moda en ese momento. Por ejemplo, los arqueólogos han encontrado equipos cosméticos en Masada que incluían paletas para mezclar sombras de ojo, barras de sombra de ojos de color bronce, un peine de madera, una fíbula y pendientes en forma de llave. Otros restos cosméticos similares proceden de distintos sitios arqueológicos de Cisjordania y Transjordania. La Biblia no aborda el tema de la moda de manera directa en ninguna parte, pero sí manifiesta preocupación por la vestimenta y los adornos inapropiados, especialmente los del siglo I d. C.

En sus Sátiras (VI), el poeta romano Juvenal describió vívidamente el estilo de la que los clasicistas llaman hoy «la nueva mujer romana»: con su cuello rodeado por «verdes esmeraldas» y «grandes perlas» en sus «enormes pendientes». Sobre su peinado escribió: «tantas capas [de pelo] aplasta su cabeza, con tantos andamios la levanta aún más». Era un estilo caracterizado por la extravagancia y la exhibición personal. En última instancia, las mujeres ricas empleaban la moda para llamar la atención sobre sí mismas.

Del mismo modo, el filósofo judío Filón describió en su obra Sobre los sacrificios de Caín y Abel (1.5.21) a una prostituta que tenía el cabello adornado con una elaboración superflua, los ojos pintados, las cejas cubiertas. Estaba exquisitamente vestida con prendas caras, bordadas espléndidamente, adornada con brazaletes, pulseras y collares y todo tipo de adornos de oro, piedras preciosas, entre muchos otros accesorios femeninos. Una vez más, se retrata a una mujer demasiado pintada y demasiado adornada que intenta transmitir una elegancia superficial. Las estatuas romanas y las figuras talladas en la pared representan repetidamente a mujeres con peinados elaborados que habrían llevado mucho tiempo y cuidado, lo que indicaba que eran lo suficientemente ricas como para tener esclavos que trenzaran o rizaran su cabello. Las mujeres ricas usaban horquillas, cintas, redecillas para sujetar el pelo, así como peines de marfil, carey y boj. Algunos peinados elaborados requerían agujas e hilo para mantener el cabello fijo. Otras mujeres realzaban su cabello con guirnaldas de flores o adornos en forma de corona con joyas. Tal extravagancia parece estar correlacionada con la descripción alegórica que pone de manifiesto las riquezas y también la corrupción de la ramera del Apocalipsis.

Por lo tanto, no es de extrañar que el Nuevo Testamento aconseje a las mujeres que se vistan con modestia, discreción y decencia. Dos apóstoles tratan este problema de manera especial. Para Pablo, la mujer debía ataviarse con «ropa decorosa, con pudor y modestia: no con peinado ostentoso, ni oro ni perlas ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que practican la piedad» (1 Tim. 2: 9-10). Y Pedro instruyó a su audiencia femenina: «Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios» (1 Ped. 3: 3-4). No querían que las mujeres cristianas se alardearan como las ricas matronas romanas y crear distinciones de clase dentro de la comunidad cristiana, ya que la mayoría de sus miembros eran pobres y se habrían sentido incómodos en las iglesias que se congregaban en pequeños hogares.

Los consejos de Pablo y Pedro intentaban evitar los comportamientos escandalosos y divisivos. Su atención se centraba en la decencia, que tenía que ver con la actitud, no solo con la vestimenta. Las cristianas no debían imitar el estilo pomposo o inmodesto de las mujeres paganas. Sobre todo, debían evitar una apariencia similar a la de las rameras.

Es por eso que Pablo legisla en 1 Corintios 11: 4-5 que, además de tener el pelo largo, la mujer debía cubrir su cabeza con un velo. Las mujeres romanas usaban una palla en público, un chal largo rectangular sobre sus cabezas. Hoy, debido a los cambios culturales, solo unos pocos grupos abogan por esa costumbre en el mundo occidental no islámico. Al fin y al cabo, los diferentes momentos y circunstancias requieren una ropa diferente. La vestimenta y los adornos no son estáticos, aunque algunos grupos (como los amish estadounidenses) adoptan lo que los sociólogos denominan «una moda fosilizada», un estilo «congelado», deliberadamente fuera de tono con el resto de la población circundante.

En resumen, al contrario que las personas paganas/seculares que se vestían indecentemente, los cristianos debían vestirse con sobriedad, buen gusto, decencia, siguiendo los principios de distinción entre géneros y empleando la economía y sostenibilidad. También debían evitar la exhibición de la riqueza y la vanidad.

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