CREENCIAS Y ENSEÑANZAS
La palabra «herejía» proviene de la palabra griega hairesis. Además del significado actual más común para referirse a creencias falsas (2 Ped. 2: 1), el original griego tiene connotaciones tales como ‘división’ o ‘fracción’ (Hech. 5: 17; 1 Cor. 11: 19). Asimismo, puede ser usado como adjetivo para identificar a una secta religiosa (Hech. 26: 5) o aun a lo que podría considerarse un ‘grupo rebelde’ (Hech. 24: 5).
El cristianismo primitivo vio un crecimiento asombroso de nuevas doctrinas en sus seguidores. La mayoría de sus conversos eran personas ya familiarizadas con las diversas tendencias filosóficas y religiosas que circulaban tanto en el mundo grecorromano como en el judaísmo. Como resultado, algunos de los nuevos seguidores de Cristo interpretaban la doctrina cristiana a la luz de sus creencias anteriores. La mayoría de los cristianos consideraba esos conceptos sincretistas como heréticos. Hallamos evidencias de esos movimientos heréticos en los escritos de teólogos cristianos primitivos, en especial en Ireneo y Tertuliano, que lucharon contra esos conceptos cuestionables. Analizaremos brevemente algunos de los tipos de herejías que comenzaron a infiltrarse en el cristianismo.
Los ebionitas. El nombre proviene de la palabra hebrea ebion, que significa ‘pobre’. Como cristianos de origen judío, enfatizaban la observancia de la ley mosaica. Los ebionitas, que practicaban una vida ascética, ensalzaban la virginidad, rechazaban las enseñanzas y los escritos de Pablo, aceptaban solo el Evangelio de Mateo y su autor bíblico favorito era Santiago. Al igual que los judíos no cristianos, reconocían la existencia de un Dios Creador y Autor de la ley mosaica. Aunque Jesús era el Maestro último, no era divino, dado que había sido adoptado por el Padre en el momento de su bautismo. La mayor parte de los miembros del movimiento veían a Jesús como el hijo natural de María y José.
Cerinto. También de origen judío y probablemente nacido en Egipto, todo lo que sabemos de él nos ha llegado de tradiciones cristianas posteriores, que lo colocan al fin del siglo I. Sus enseñanzas combinaban el cristianismo con ideas del judaísmo y el agnosticismo. Cerinto veía a Dios como separado del mundo y alguien que se comunicaba con la humanidad solo mediante intermediarios. Una deidad inferior creó el mundo. Jesucristo era un ser humano sobre quien el Cristo divino descendió en el momento del bautismo de Jesús, para partir después en el momento de la cruz. Era el Jesús humano quien murió, no el Cristo divino. Los seguidores de Cerinto aguardaban la venida del Mesías para reinar mil años, con Jerusalén como la capital de su reino.
El gnosticismo. Quizá las muchas variedades de este tipo de cristianismo revelaron la influencia más significativa de la filosofía griega. No es fácil precisar el origen del movimiento. Los primeros padres de la Iglesia lo remontan a Simón el mago (véase Hech. 8: 9-24), pero las primeras evidencias de su existencia se encuentran mucho después, a mediados del siglo II. El gnosticismo tuvo muchas formas y exponentes, incluido Valentino, quien enseñó en las ciudades de Alejandría y Roma. Sus enseñanzas sostenían que una deidad inferior, el «demiurgo», creó nuestro mundo imperfecto y que, al igual que Cerinto, Jesús solo tenía naturaleza humana. El Cristo divino ingresó en él en su bautismo y permaneció hasta justo antes de la muerte de Jesús en la cruz del Calvario.
El maniqueísmo. El fundador de este movimiento, Mani (o Manes), un parto probablemente nacido en Babilonia, predicó primero en India. Su doctrina se mezcló con el zoroastrismo y el budismo, además del cristianismo. Declaró que Zoroastro, Buda y Cristo fueron todos profetas, pero que él era el último y más grande. Mani defendía un dualismo extremo en el que Dios se oponía a la materia física. La luz era divina y la oscuridad era corrupción. Los seres humanos están compuestos tanto de un cuerpo físico (oscuridad) como de un alma espiritual (luz). Jesucristo es luz y, en consecuencia, no puede estar compuesto de un cuerpo material u oscuridad. La redención es la liberación del alma (la luz) de la prisión del cuerpo (la oscuridad).
El monarquianismo. El nombre significa ‘un gobernante’ o ‘un origen’. Tertuliano aplicó ese nombre a los seguidores de este grupo de cristianos por su monoteísmo extremo. Para ellos, la deidad constituía solo el Padre, razón por la cual aceptaban la doctrina de Alogi que, en esencia, significa negar la existencia del Logos o Cristo. En su intento por explicar la persona de Jesús en esta tierra, el monarquianismo estaba dividido en dos grupos: los dinámicos y los modelistas. Los primeros enseñaban que Jesús era un ser humano, aunque su nacimiento había sido sobrenatural. Cuando Dios lo adoptó en el momento del bautismo de Jesús, recibió poder mediante el Espíritu Santo y fue así como se transformó en Cristo. El segundo grupo propuso la idea de que el Padre, el Dios único, apareció como Jesús, el Hijo, vivió sobre la tierra. Su creencia en este hecho generó la doctrina del patripasianismo, en la que el Padre sufrió y murió en la cruz.
El montanismo. Montano, que predicó en Frigia y Asia Menor, afirmó haber recibido mensajes proféticos del Espíritu Santo. Dos mujeres, Prisca y Maximila, se le unieron para ensalzar los dones del Espíritu Santo, en especial el de profecía y el don de la sanación por la fe. Pronto anunció que el presente orden mundial llegaría a su fin y que la Nueva Jerusalén descendería sobre la ciudad de Papuza. Animaron a sus seguidores para que se prepararan para el evento, practicando una vida ascética, de ayuno y celibato. Entre otras prácticas, los montanistas aceptaban el bautismo y rebautizaban sin restricciones.
Esos grupos heréticos buscaron interpretar las enseñanzas de Cristo dentro del marco de las creencias y filosofías no cristianas, muchas de las cuales eran inherentemente contrarias a las enseñanzas bíblicas. La historia de estos y otros grupos demuestra que esos movimientos son efímeros, porque sus fundamentos doctrinales no descansan en la revelación divina. Están cimentados en los conceptos filosóficos y especulativos que no armonizan con la verdadera doctrina cristiana, que está cimentada en las Escrituras.