GOBERNANTES E IMPÉRIOS

Asiria—2 Timoteo 4: 13

El nombre de Asiria procede del nombre de la ciudad de Aššur, nombrada en honor a la deidad de un afloramiento rocoso que ofreció refugio a sus primeros habitantes. Se trataba del dios principal de los asirios a pesar de que Aššurnasirpal trasladó la capital lejos de la ciudad de Aššur.

Situada en uno de los vados más importantes del río Tigris, Aššur dominaba una importante ruta terrestre de este a oeste que conducía a Anatolia en la parte oriental de la actual Turquía. De hecho, durante el tercer milenio a. C., Asiria desarrolló una de las redes comerciales más extensas y complejas, con Aššur como la terminal oriental y la ciudad de Kültepe Kaneš en Anatolia, la occidental.

La ciudad de Aššur era el punto sur del triángulo que formaba la zona central originaria de los asirios. En el punto norte estaba la ciudad de Nínive renombrada debido a Jonás, cerca de la ciudad iraquí de Mosul, y al este se encontraba la ciudad de Arbela, bajo la ciudad actual de Erbil. En total, el núcleo asirio abarcaba unos 4.000 kilómetros cuadrados, aproximadamente el equivalente al estado de Rhode Island.

Aunque la región era un «granero natural», carecía de otros recursos. No tenía depósitos cuantiosos de metales, ni demasiada piedra para la construcción de monumentos, ni madera ni pastizales para la cría de caballos. El centro ocupaba un lugar esencial para el comercio de estaño procedente de Afganistán, Uzbekistán y Tayikistán. El estaño era esencial para la fabricación del bronce, el material dominante para la manufacturación de herramientas y armas antes de la introducción del hierro.

El Imperio asirio con el que interactuó la gente de la Biblia fue la tercera potencia asiria más importante del Mundo Antiguo. Generalmente, los historiadores consideran que comenzó con Aššurnasirpal II (883-859 a. C.), aunque varios reyes anteriores habían sentado las bases. Realizó campañas militares casi todos los años, consolidando los territorios conquistados por sus predecesores y aumentando drásticamente el tamaño de su reino, tanto que se extendía desde el este de Irak hasta Siria y hasta el este de Turquía. «[Yo soy] Aššurnasirpal, rey poderoso, rey del universo, rey sin igual, rey de las cuatro regiones, dios (sol) de todas las gentes, elegido por el dios Enlil y Ninurta». Así se presentaba a sí mismo Aššurnasirpal II, el rey fundador del Imperio neoasirio, elogiándose también como «valiente en la batalla» y «corriente poderosa sin igual».

Al observar el paisaje del Próximo Oriente Antiguo entre los años 860-810 a. C., es difícil contradecir la descripción que Aššurnasirpal hace de sí mismo y de Asiria en general. Asiria pasó de ser un conjunto de pequeños pueblos en el noreste del país actual de Irak a ser la potencia mundial más grande durante casi trescientos años. El alarde de Aššurnasirpal no estaba lejos de la verdad: Asiria era la dueña del universo. Este fue el telón de fondo para muchos de los acontecimientos de Reyes y Crónicas que tuvieron lugar a la sombra de Asiria. Su sucesor, Salmanasar III (858-824), llevó a cabo campañas asiduas para conseguir tributos y botines. Estas excursiones llevaron a la famosa batalla de Qarqar contra el rey Acab.

Tras Salmanasar III, Asiria comenzó a perder su poder y permaneció en silencio durante aproximadamente ochenta años. Las fricciones internas entre sus poderosos burócratas paralizaron a sus gobernantes. Estos perdieron el control de Aram en el oeste, fueron amenazados por Babilonia e incluso Aššur se rebeló contra su rey. Finalmente, fueron incapaces de realizar campañas más allá de sus fronteras. Tras una breve oleada de poder, parecía que Asiria se estaba desmoronando. Durante ese período de letargo, el profeta Jonás emprendió su misión en Nínive.

Sin embargo, la situación se revirtió drásticamente, en el año 746 a. C., cuando un general asirio llamado Pul dirigió un golpe de estado contra el rey Aššurnirari, que acabó con la ejecución de este último. Al ascender al trono, tomó el nombre de Tiglat-pileser III (746-727 a. C.). Reestructuró la burocracia asiria por completo, limitando su poder y devolviendo de esta manera mucho poder al trono. Al colocar a eunucos en puestos gubernamentales clave, evitó que ciertas familias ganaran demasiado poder. Tiglat-pileser reconquistó rápidamente los territorios perdidos y luego comenzó una campaña agresiva al otro lado del Éufrates, bajando hacia Israel y Judá, absorbiendo en su creciente imperio naciones como provincias que estaban bajo su control de manera más directa. Durante los siguientes 150 años, Asiria envolvió por completo el Próximo Oriente Antiguo, desde Irán hasta Egipto.

Quizá la reestructuración más importante que hizo Tiglat-pileser fue la del ejército asirio, que formaba la identidad central de su sociedad. Por lo general, los ejércitos permanentes eran pequeños, ya que la mayoría de las potencias del Mundo Antiguo reclutaban a sus soldados de la población general en reclutamientos estacionales. Estos soldados agricultores a menudo tenían un entrenamiento rudimentario y la campaña se limitaba a las épocas del año en las que no tenían que trabajar en los campos.

A partir de Salmanasar III, los asirios comenzaron a hacer la transición de un ejército de reclutas a uno más permanente, utilizando soldados capturados «especializados» para complementar sus fuerzas armadas. Tiglat-pileser dio el siguiente paso y creó una infantería enorme a partir de pueblos conquistados, combinada con jinetes y aurigas profesionales nativos asirios. Las estimaciones oscilan entre 150.000 y 200.000 hombres desplegados en «ejércitos de campaña» de 50.000 tropas, aproximadamente el equivalente a cinco divisiones estadounidenses modernas y ocho divisiones soviéticas.

Además de su gran tamaño, el ejército asirio fue notablemente innovador. Fue la primera potencia del Próximo Oriente en desarrollar una caballería y armarla con arcos. Los arqueros, que formaban la columna vertebral de la infantería asiria, estaban armados con los mejores arcos y con aljabas especiales que les hacían tremendamente efectivos. Diseñadas para contener hasta cincuenta flechas, muchas de ellas para usos específicos, las aljabas también estaban equipadas con varillas especiales que aumentaban su velocidad de disparo hasta un cuarenta por ciento. Además, los arqueros llevaban flechas envueltas en trapos empapados en aceite que, al encenderse, se convertían en el equivalente de lanzagranadas.

Los carros asirios evolucionaron desde vehículos ligeros para dos personas, que funcionaban como los aviones de combate modernos, hasta vehículos pesados para cuatro personas, más parecidos a los tanques Los escritores del Antiguo Testamento identificaban estas formaciones como un «torbellino» que arrasaba con todo a su paso (Jer. 4: 13). Al ser permanentes, significaba que las tropas podían entrenar y guerrear durante todo el año, lo que las convirtió en el primer ejército verdaderamente todoterreno y no sujeto al clima. En cualquier campaña empleaban la infantería ligera y pesada, arqueros, honderos, caballería, carros, zapadores e ingenieros de asedio especializados. Maestro en el arte del asedio, era uno de los ejércitos más sofisticados del Mundo Antiguo, solo superado por los ejércitos de Roma. Los asirios podían, en cualquier momento y lugar, desplegar un ejército más numeroso, mejor equipado y mejor entrenado que cualquier otro.

Sin embargo, la mayor arma de los asirios fue el terror. Los asedios seguían siendo asuntos muy costosos, así que los asirios preferían aterrorizar a los oponentes hasta someterlos en lugar de luchar contra ellos. A diferencia de otros imperios, los asirios se jactaban de su crueldad. En uno de sus anales, Aššurnasirpal se jactaba de su trato a la ciudad de Suru de Siria: «Erigí un montículo (de piedra) frente a sus puertas. Despellejé a todos los nobles que se habían rebelado contra mí (y) cubrí el montón con sus pieles; a algunos los puse en estacas alrededor del montículo». Un ejemplo de esta táctica puede verse en la confrontación de Asiria con Ezequías cuando Rabsaces habló en hebreo para asustar a la gente de Jerusalén y conseguir someterlos (2 Rey. 18: 19-35).

Los reyes asirios decoraban sus palacios con representaciones gráficas de lo que les sucedía a los que se atrevían a oponerse a ellos. Cualquier dignatario visitante se veía obligado a ver las escenas espeluznantes de la retribución asiria y el mensaje era más claro que el agua: no enfades a Asiria, lo estás haciendo bajo tu propia responsabilidad. Aunque muchas de las provincias se rebelaban, incluso así, ver al ejército asirio aproximarse y recordar la vívida descripción de la venganza asiria era, en muchos de los casos, suficiente para que una ciudad capitulara. En algunos casos, eran los mismos habitantes de la ciudad los que derrocaban al líder rebelde.

Administrar un imperio tan vasto era una tarea monumental. En general, los asirios preferían un enfoque no intervencionista para gobernar los territorios conquistados y, a menudo, dejaban a los gobernantes locales a cargo como vasallos. Mientras proporcionaran tributo, los asirios se contentaban con dejarlos tranquilos. Si se rebelaban, los asirios los destituían, a menudo de manera dolorosa, y los reemplazaban con alguien ostensiblemente leal. Si ocurría otra sublevación, los asirios llegaban con toda su furia y a menudo destruían toda la región, colocando a su propio gobernador.

La cesión del reino del norte de Israel es un ejemplo perfecto. El rey Manahem de Israel advirtió el peligro y se ofreció ser el vasallo de Tiglat-pileser III. Sin embargo, inmediatamente tras su muerte, su general Peka asesinó al hijo de Manahem y se hizo con el trono. Peka formó rápidamente una alianza con Damasco contra Asiria. Tiglat-pileser derrotó la coalición fácilmente y destituyó a Peka del trono y colocó en su lugar a Oseas, quien teóricamente estaba a favor de Asiria. Tras la muerte de Tiglat-pileser, Oseas se rebeló contra Salmanasar V, quien, como era de esperar, no se lo tomó bien. Lideró una campaña devastadora que su sucesor, Sargón II, acabó con la destrucción de Samaria en el año 722 a. C. Sargón deportó a 27.290 israelitas, acabando con el reino del norte por completo, y los reemplazó con gente de otras provincias.

La deportación en masa era otro método de mantener el control en el imperio. No era necesariamente algo malo, ya que los deportados tenían habilidades o talentos particulares que el imperio deseaba emplear. En muchos casos la deportación podía considerarse un honor. Además de abastecer a la patria con una reserva de talentos cada vez mayor, también eliminaba a los posibles enemigos de sus propios territorios y los adoctrinaba para que fueran leales a Asiria.

Trasladar grandes grupos de personas era complicado y requería una planificación cuidadosa. Israel fue un ejemplo. Asiria transfirió 27.290 cautivos a las provincias de Harhar y Kiššesim del norte de Irán y los reasentó en la propia Aššur y sus alrededores. Luego el imperio trasladó a aquellos que se habían levantado en Aššur a Hamat (Siria actual), cuyos habitantes Asiria luego trajo al antiguo territorio de Israel.

Como otra forma de vigilar su diverso imperio, los reyes asirios desarrollaron un sistema de mensajería especializado empleando carreteras dedicadas exclusivamente a este propósito. Al usar mulas para viajar hasta puntos o distancias específicas, los mensajes viajaban a través de un sistema de transmisión de un punto a otro, básicamente un antiguo Pony Express.

A pesar de su poder, Asiria tuvo un final estrepitoso. En el año 640, el imperio nunca había sido más grande, pero llegado el año 610, no era más que un mal recuerdo para la mayoría. No está claro qué causó su repentina desaparición en un período corto de tan solo treinta años. Probablemente la combinación de una disfunción interna y el resurgimiento de Babilonia y Media fue lo que derribó Asiria. Aššurbanipal, cuya biblioteca produjo la Epopeya de Gilgamesh, fue el último gran rey asirio e incluso al final de su reinado las provincias se le escapaban de las manos. En el año 626, Nabopolasar (el padre de Nabucodonosor) se rebeló contra Asiria. Diez años más tarde, con los medos como aliados, invadió Asiria.

Asiria quedó impotente ante este ataque, a pesar de su ejército aparentemente invencible. En un año, Nabopolasar había llegado al corazón de Asiria y, en el año 612, había arrasado la capital, Nínive, por completo. El último rey, Aššur-urballit II, intentó resistir en la ciudad de Harrán, en el norte de Asiria, pero no aguantó más que dos años. En el año 610, Asiria había desaparecido y nunca más volvió a levantarse.

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