VIDA COTIDIANA

Los principios de la caridad cristiana y los programas de ayuda—Hechos 4: 32-37

Convertirse en cristiano podía llevar al creyente a una situación financiera muy difícil. Las familias no cristianas rompían su relación familiar con el converso cristiano en un mundo en el que las personas no podían sobrevivir solas. Debido a que la familia era la clave para la supervivencia en el Mundo Antiguo, era la estructura social fundamental tanto en el mundo judío como en el gentil. Cuando la aceptación del cristianismo hacía que los creyentes fueran excluidos de sus familias biológicas, experimentaban aislamiento económico, social y emocional. Jesús reconoció esa dificultad y habló de la iglesia como la nueva familia del cristiano (Mat. 12: 46-50; 19: 27-29).

Un ejemplo de las dificultades a las que se enfrentaban los que creían en Jesús es el de las viudas cristianas de Jerusalén, que se vieron privadas del apoyo financiero que les habían proporcionado sus familiares y las autoridades civiles. Otros miembros nuevos que pudieron haber permanecido en Jerusalén después de su conversión en el día de Pentecostés se sumaron a los gastos financieros de la iglesia en Jerusalén. Para hacer frente a tales problemas, los cristianos de la ciudad comenzaron a compartir sus recursos. Aquellos que poseían casas o tierras las vendían y donaban lo obtenido a los necesitados (Hech. 4: 32-37).

Al aumentar el número de viudas que cuidaba la iglesia, crecían las tensiones. Los judíos cristianos de habla griega comenzaron a quejarse de que los líderes de la iglesia no estaban atendiendo debidamente a sus viudas. Parecía que los dirigentes estaban más concentrados en servir a las viudas de habla aramea. Además, la laboriosa tarea de distribuir la ayuda material a las viudas estaba limitando la capacidad de los apóstoles para evangelizar. Los doce reunieron a todos los creyentes y les dijeron que debían seleccionar a siete individuos que tendrían la responsabilidad principal de atender a las viudas (Hech. 6: 1-6). Aunque a menudo se los llama «diáconos», el libro de Hechos se centra en su ministerio, no en su título. Algunos de los siete también se convirtieron en evangelistas, como lo revela claramente el libro de Hechos, particularmente para los judíos y gentiles helenistas (Hech. 6: 8-9; 8: 26-38; 21: 8).

Lamentablemente, algunos se aprovecharon de la ayuda y el apoyo cristianos. Se negaron a trabajar, esperando que la iglesia los alimentara y les supliera otras necesidades materiales. Debido a que tantos conversos capaces y sanos estaban agotando los recursos financieros de varias comunidades cristianas sin aportar nada, Pablo tuvo que declarar con firmeza que si alguien no trabajaba, no debería recibir alimentos de sus hermanos en la fe (2 Tes. 3: 10).

La sociedad bíblica consideraba que era responsabilidad de la familia extendida mantener a las viudas, aunque la comunidad de creyentes les proporcionaba alimentos y otra ayuda, como se ve en Hechos 6. Desafortunadamente, muchos miembros de la familia estaban tratando de evadir su deber haciendo que la iglesia asumiera el cuidado de sus parientes necesitados. Esto se convirtió en una carga tal que Pablo pidió que haya restricciones en cuanto a quién podría recibir ayuda de la iglesia. En primer lugar, indicó que si una viuda tenía hijos o nietos, ellos eran responsables de su manutención (1 Tim. 5: 3-4). Un principio fundamental de la vida cristiana es el cuidado de la propia familia (vers. 7-8). Las mujeres que recibían ayuda de la iglesia debían vivir una vida piadosa (vers. 5-6, 10). Por último, las viudas debían tener al menos sesenta años de edad (en una época en que la expectativa de vida a menudo no se extendía más allá de los treinta años). El apóstol animó a las viudas más jóvenes a casarse y evitar una vida de ocio y chismes (vers. 11-15). Las mujeres cristianas deben ayudar a los parientes que han enviudado para evitar que se conviertan en una carga para la iglesia.

Cuando una hambruna afectó a Judea de tal manera que hizo subir los precios de los alimentos, los creyentes de Jerusalén y la región circundante se encontraron en una situación desesperada. Ya habían vendido muchos de sus bienes. Para ayudar a los miembros empobrecidos y establecer lazos más fuertes entre los cristianos judíos y gentiles, Pablo comenzó a recolectar fondos de los miembros de las iglesias gentiles mientras viajaba en su tercer viaje misionero (Rom. 15: 25-27). De manera especial, había instado a los miembros de la iglesia de Corinto a dar cada semana en proporción a sus ingresos (1 Cor. 16: 1-4; cf. Hech. 20: 4) y no dejar que decayera su entusiasta promesa original (2 Cor. 9: 1-5). También contribuyeron otras congregaciones. Anteriormente, la iglesia en Antioquía de Siria había enviado una ofrenda similar a Jerusalén para ayudarles a paliar los efectos del hambre (Hech. 11: 27-30).

A medida que la iglesia crecía, los cristianos se hicieron famosos por su ayuda desinteresada y compasiva a los pobres, y su firme compromiso con Cristo, una reputación que contribuyó a difundir el evangelio por todo el Imperio romano.