PRÁCTICAS RELIGIOSAS

Magia en tiempos del Nuevo Testamento—Hechos 8: 9

La arqueología ha encontrado suficientes talismanes, amuletos, hechizos mágicos, figuras y referencias literarias antiguas como para poder afirmar con certeza que la magia ocupaba un lugar central en el sistema de creencias de la gente común en el mundo del Nuevo Testamento. Los hechizos se empleaban con diferentes propósitos, como, por ejemplo, ganar un caso judicial o una carrera de carros, atraer a un amante, tener éxito en el negocio, recobrar la salud, etc. A pesar de su popularidad, el Imperio romano prohibió la magia y filósofos como Platón y Plinio desaprobaron su práctica.

Los papiros mágicos, una colección de encantamientos y fórmulas que datan del siglo I al IV d. C., así como otros documentos similares conservados, son una fuente valiosa para comprender la cosmovisión detrás de la magia. La magia se refiere a esas prácticas que buscaban manipular las fuerzas sobrenaturales con intenciones ilegítimas o malvadas. Probablemente, el concepto surgió a raíz de las guerras persas. La palabra para «sacerdote persa» (magos y sus derivados) se asoció cada vez más con prácticas tales como encantamientos, conjuros, hechizos, invocaciones de los muertos, así como con fraude, charlatanismo e ilegitimad. La acusación por magia o prácticas similares se convirtió en una forma de ataque común contra la credibilidad de los adversarios en los ámbitos legales y políticos. Sin embargo, lo que para algunos era magia o hechicería, representaba un milagro para otros. Por lo tanto, a menudo los opositores acusaban a Jesús de practicar hechicería (Mar. 3: 22; Mat. 9: 34; 12: 24; Luc. 11: 15; Juan 8: 49, 52; 10: 20; Orígenes, Contra Celoso).

La dificultad para distinguir la magia de la religión, agravada por el entorno sincretista de la sociedad grecorromana, a menudo ha causado confusión y ha dificultado su investigación histórica. Un análisis de fuentes antiguas sugiere que la magia se diferencia de los milagros descritos en el Nuevo Testamento, ya que presupone dioses y espíritus con poder limitado que pueden ser manipulados para hacer lo que el mago quiere, con el fin de obtener un beneficio personal (cf. Hech. 19: 13-16). En vez de orar para que se cumpla la voluntad de Dios, la magia cree en el uso de fórmulas especiales para forzar un resultado concreto por parte de los dioses. Sin embargo, ni Jesús ni los apóstoles realizaron milagros para satisfacer sus propias ambiciones o para buscar riqueza o mejorar su situación personal. En cambio, sus milagros se realizaron para el honor y la gloria de Dios (Juan 11: 4) y para ayudar a proclamar el evangelio y el reino de Dios (Mat. 4: 23).

Sin embargo, la visión pagana del mundo continuó siendo una tentación constante para la iglesia primitiva. Si bien los primeros escritos cristianos condenaron la magia (por ejemplo, Didaché 2.2; 5.1; Barnabé 20.1), a menudo, los cristianos seguían conservando amuletos con textos bíblicos como la oración del Señor y el Salmo 91. De hecho, Juan Crisóstomo aprobó el comportamiento de mujeres y niños pequeños que colgaban en sus cuellos los Evangelios como un amuleto poderoso y lo llevaban a todos lados (Homiliae ad populum Antiochenum 19, 4 [PG 49, 196]).

La Biblia habla claramente en contra de la magia y de la adivinación (Lev. 19: 26; Deut. 18: 9-14), ya que no solo representa una imagen distorsionada de Dios, sino porque implica jugar con el enemigo (Hech. 13: 8-10). Además, las Escrituras declaran que no podemos manipular a Dios (Sant. 1: 13) y que estamos sujetos a su voluntad soberana (Rom. 12: 2).

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