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La vida en el cristianismo primitivo—Hechos 4: 32

El término «iglesia» proviene de dos palabras griegas que significan ‘llamar o celebrar una actividad pública’. Jesús empleó el término en dos ocasiones (Mat. 16: 18 y 18: 17) para identificar al grupo formado por sus seguidores, pero se encuentra con frecuencia en los demás escritos del Nuevo Testamento en los que aparece 107 veces. El significado bíblico de «iglesia» es el de una asamblea reunida con fines religiosos.

El número creciente de seguidores de Jesús llevó al establecimiento rápido de iglesias por todo el Imperio romano. En el contexto de esas comunidades primitivas, observamos eventos históricos muy importantes como el Concilio de Jerusalén, el testimonio o la evangelización constante, la publicación de literatura sagrada como los Evangelios y las diversas epístolas, así como una creciente persecución del cristianismo. Al menos hasta los años 66-70 d. C., el cristianismo pudo extenderse como una secta judía protegida, pero aquello cambió tras la primera revuelta judía cuando el Imperio romano comenzó a llevar a cabo una oposición más activa contra los cristianos.

El contexto en el que el cristianismo surgió fue difícil. El Imperio romano centraba su autoridad en la figura del emperador. Su gobierno opresivo sometía a las naciones conquistadas a impuestos elevados. La cultura predominante se basaba en el pensamiento helenístico. El idioma dominante, hasta el siglo III, fue el koiné griego. Atenas y Alejandría eran los centros más grandes de actividad intelectual, pero la mayoría de la población permaneció en la ignorancia y la superstición. La religión tenía un carácter basado en la nacionalidad, es decir, cada persona practicaba la religión de su nación o grupo étnico. En general, las diversas religiones eran politeístas con dioses de ambos géneros. Solo el judaísmo era monoteísta.

Las primeras comunidades cristianas reflejaban la sociedad circundante ya que tenían muchos miembros pobres y pocos miembros pertenecientes a las clases altas. Las iglesias eran autónomas en su organización y administración local, pero mantenían las relaciones con las congregaciones de otras ciudades, compartiendo la correspondencia paulina (Col. 4: 16), enviando misioneros (Hech. 13: 1-3) y manteniendo vínculos caritativos. Las reuniones tenían lugar en las casas de aquellos miembros que disponían del espacio y las condiciones necesarias para recibir a los creyentes (por ejemplo, véase Rom. 16: 3-5; 1 Cor. 16: 19; Col. 4: 15). Las ordenanzas del bautismo y la Cena del Señor eran especialmente importantes. Los miembros de la iglesia no practicaban el estilo de vida ascético o monástico propio de los siglos posteriores y no proseguían cargos públicos. Cuando surgía un problema que los creyentes consideraban pecaminoso o serio, la congregación castigaba al culpable con una disciplina gradual, que culminaba con el ostracismo y la exclusión (Mat. 18: 15-17; 1 Cor. 5: 11-13; 2 Tes. 3: 14).

Una vía para mantener la unidad cristiana en las diferentes ciudades era a través de la difusión de la literatura cristiana. Para mantener vivas en las mentes de los creyentes las enseñanzas, el ministerio y el sacrificio de Jesucristo, surgieron los Evangelios. Uno de sus autores, el médico Lucas, también registró las actividades misioneras de los apóstoles, incluido Pablo, tras la ascensión de Jesús en el libro de los Hechos. Otros discípulos de Jesús, como Pedro, Juan y Santiago, el hermano de Jesús, prepararon textos para fortalecer la espiritualidad de los miembros. Pablo escribió varias cartas para ayudar a los creyentes a organizar las iglesias, interpretar las enseñanzas doctrinales de Cristo y corregir las falsas enseñanzas.

Bajo la dirección del Espíritu Santo, aquellos escritos que ahora conocemos como el Nuevo Testamento se conservaron. Otros documentos fueron escritos por autores posteriores como la Epístola a los Corintios por Clemente de Roma, las Cartas a los Romanos por Ignacio, la carta epistolar del pastor de Hermas y la Epístola de Policarpo a los Filipenses. Sin embargo, estas no llegaron a formar parte del canon bíblico.

El crecimiento y la expansión de la iglesia primitiva fueron el resultado de al menos tres factores: la existencia de las sinagogas y una diáspora de judíos receptivos en todo el Imperio romano (Juan 7: 35), la persecución de los cristianos por los judíos y por los decretos imperiales que agilizaron la propagación del mensaje del evangelio, los viajes misioneros de Pablo y de otros para predicar el mensaje de Cristo en muchas ciudades. Los métodos utilizados para la difusión del evangelio fueron la proclamación en espacios públicos (kerygma) y la instrucción doctrinal ofrecida en las reuniones de la iglesia (didache). Se pueden destacar al menos tres ámbitos de acción en la expansión del cristianismo primitivo: primero, la promovida por Pedro desde el día de Pentecostés hasta su muerte en Roma; el ministerio de Pablo desde su llamamiento en el camino a Damasco hasta su muerte en Roma; el ministerio de Juan marcado por su destierro a la isla de Patmos y por sus últimos años en Éfeso a finales del primer siglo.

Una característica sorprendente de la iglesia primitiva fue la frecuente demostración de fe de los creyentes, sellada por el sacrificio de su propia vida. La doctrina de Cristo presentaba al mundo un mensaje de esperanza y salvación apropiado para las necesidades naturales de la humanidad. Su impacto sobre la sociedad fue asombroso, ya que transformaba las normas de comportamiento social y la ley. El Imperio romano, que se opuso cada vez más a la difusión del cristianismo, levantó cargos infundados contra los cristianos como excusas para perseguirlos. Las autoridades romanas los acusaron de ser subversivos al predicar la venida de otro reino, los etiquetaron como fanáticos supersticiosos y los señalaron como la causa de varios desastres. Algunos de los períodos más intensos de persecución cristiana se dieron durante los reinados del emperador Nerón, quien acusó a los cristianos de incendiar Roma; de Domiciano, quien restauró el culto al emperador, que los cristianos se negaban a ofrecer; el decreto de Trajano contra las sociedades secretas; la orden de Adriano tras la revuelta de los judíos después de la fundación de Aelia Capitolina; y el decreto emitido por Diocleciano en el año 303 d. C., quizá el período de persecución más cruel y despiadado.

En conclusión, debemos tener en cuenta que el cristianismo primitivo, a pesar de sufrir obstáculos y tribulaciones, fortaleció la fe de sus miembros en el ministerio de Jesús y difundió con éxito la fe por todo el Imperio romano y más allá.