VIDA COTIDIANA

La enfermedad y la medicina en el mundo antiguo—Deuteronomio 7: 15

La gente en el Mundo Antiguo consideraba que la enfermedad era el resultado de ofender a los dioses de alguna manera, quizá al violar un mandato divino. Solo los dioses podían restaurar la salud. En cuanto al tratamiento de las enfermedades, los médicos generalmente se limitaban a usar remedios naturales o fórmulas mágicas, aunque en el antiguo Egipto y la India se usaban técnicas quirúrgicas. Las culturas antiguas consideraban que las personas afectadas por enfermedades psiquiátricas o neurológicas estaban poseídas por fuerzas del mal. Los sumerios del tercer milenio a. C. creían que los dioses generaban enfermedades (y otras calamidades) a los que habían pecado.

Los textos bíblicos ofrecen numerosos ejemplos de pecados personales que ocasionaron enfermedades como un juicio divino (Núm. 5: 20-21; 12: 10-13; Deut. 28: 22, 27-35; 2 Sam. 24: 15; 2 Crón. 21: 18-20) y fidelidad a Dios que trajo salud como una bendición divina (Éxo. 15: 26; 23: 25-26; Deut. 7: 15). También se establece una conexión entre el perdón divino y la sanidad (Gén. 20; Sal. 103: 3; Juan 5: 5-9, 14; Sant. 5: 16). La Escritura condena a Asa, rey de Judá, por buscar la ayuda de «médicos» para sus pies enfermos en lugar de acudir al Señor para pedirle perdón por su comportamiento pecaminoso (2 Crón. 16: 12).

Debido a que enfermarse o sufrir alguna lesión rápidamente podía volverse fatal o producir una discapacidad grave, la gente buscaba la ayuda de alguna deidad. Primero, sin embargo, probaban la medicina natural disponible. Se pensaba que ciertas plantas ayudaban a superar la infertilidad (Gén. 30: 14-17). En el caso de ciertas enfermedades o debilidad extrema, la gente frecuentemente usaba higos y uvas en forma de pastas o ungüentos de aplicación local (2 Rey. 20: 7; 1 Sam. 30: 12, 13; Isa. 38: 21). Al bálsamo, especialmente de Galaad, se lo apreciaba por sus propiedades medicinales (Jer. 8: 22; 46: 11; 51: 8). Los que vendaban heridas y huesos fracturados usaban vendajes y tablillas (Eze. 30: 21). Se consideraba que ciertos objetos tenían propiedades medicinales (Núm. 21: 8-9; 2 Rey. 4: 29-31; 13: 21; 18: 4; Mat. 9: 20-21; Hech. 19: 11-12). En los casos más graves, se pedía la ayuda divina a través de un curandero (1 Rey. 17: 17, 22; 2 Rey. 5: 3, 6; Mat. 8: 16-17; Hech. 28: 8-9).

Las tradiciones grecorromanas conservan historias de personas que habían recibido de los dioses el poder de curar enfermedades e incluso resucitar a los muertos (Pseudo-Apollodorus, Bibliotheca, 3: 21-31). Se dice que el emperador romano Vespasiano curó a un ciego y a un cojo (Suetonio, Vida de Vespasiano, VII). En la Antigüedad, muchos santuarios adquirieron la reputación de sanar a los enfermos. Los arqueólogos han encontrado muchos objetos votivos que representan prácticamente todas las partes del cuerpo en santuarios como los de Halicarnaso, Cnido y Epidauro. Habían sido depositados cerca de la imagen de la deidad «en pago (al dios) por remedios saludables» (Tito Livio, Historia de Roma, 45.28).

Además de las complicaciones infantiles o las heridas producidas en la guerra, las causas más comunes de enfermedad se debían a la falta de higiene y la mala alimentación. La Biblia proporciona principios destinados a prevenir y curar las enfermedades: una dieta basada en plantas (Gén. 2: 9; 3: 22), el mandamiento del descanso semanal en el séptimo día (Gén. 2: 3; Éxo. 20: 10-11; 23: 12; Mar. 2: 27-28) y el uso de agua para mantener la limpieza (Lev. 11: 25; 14: 8). Debido al peligro constante de contaminación sanitaria cuando se reunían en grandes grupos, tenían que prestar especial atención a la higiene (Deut. 23: 9-14). Por ejemplo, cuando un ejército sitiaba una ciudad, era casi una carrera ver quién moriría primero por enfermedades: los que estaban fuera de la ciudad o los que estaban dentro. Las Escrituras dan pautas específicas sobre nutrición para prevenir enfermedades y evitar la muerte prematura (Lev. 3: 17). Fuera del mundo bíblico, especialmente a partir del siglo IV a. C., la gente comenzó a tomar consciencia de la importancia de la dieta y el ejercicio físico para mantener una buena salud (Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1.6; Plutarco, Banquete de los siete sabios, 16).

Como hemos visto, la gente en la Antigüedad veía la enfermedad como el resultado de una falta o pecado. Debido a que la desesperación y la culpa acompañaban a la enfermedad, la promesa de un Mesías que pueda sanar las enfermedades del alma y del cuerpo, ya sean las consecuencias directas o indirectas del pecado, llegó a ser especialmente importante (Isa. 35: 3-6; 53: 4-5; 61: 1; Luc. 4: 16-19). La curación eterna (therapeian en griego) por el árbol de la vida es una de las últimas promesas de la Biblia (Apoc. 22: 2).

Grmek y Gourevitch, Les maladies dans l’art antique.