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Maldiciones y juramentos en el mundo del Antiguo Testamento—Deuteronomio 28

Las maldiciones son invocaciones a una deidad para que cause daño a una persona, lugar o cosa. El Antiguo Testamento reconoce tres propósitos básicos para las maldiciones. Primero, buscaban infligir graves problemas a una persona o un lugar. Las maldiciones de David contra Joab en 2 Samuel 3: 29 ofrecen un claro ejemplo: «Caiga sobre la cabeza de Joab, y sobre toda la casa de su padre; que nunca falte en la casa de Joab quien padezca flujo de sangre, ni leproso, ni quien ande con bastón, ni quien muera a espada, ni quien padezca hambre». El cumplimiento de tales pedidos haría casi insoportable la vida de Joab y de su familia. En segundo lugar, las maldiciones se consideraban una forma de producir la muerte de alguien. Por ejemplo, el Salmo 109: 8 dice: «sean pocos sus días», una expresión que muestra claramente el deseo del suplicante por la muerte prematura de su oponente. En tercer lugar, las maldiciones tenían el objetivo final de la aniquilación completa de su objetivo, incluyendo la familia de la persona maldecida. El Salmo 109: 13 ilustra este propósito al decir: «¡Su posteridad sea destruida [en hebreo karat]; en la segunda generación sea borrado su nombre!» Estas no eran peticiones mundanas. Su presencia en la Biblia muestra la creencia israelita de que tales palabras, si se usaban de acuerdo con principios justos, tenían el poder de desencadenar el juicio de Dios.

Una lectura cuidadosa de los pasajes bíblicos revela tres tipos de maldiciones: condicional, incondicional y símil. Ejemplos clásicos del primer tipo de maldición aparecen en Deuteronomio 28 y Levítico 26, que contienen bendiciones y maldiciones que Dios produciría en respuesta a la obediencia o desobediencia. Las maldiciones incondicionales carecen de este aspecto, como se evidencia en la maldición de David contra Joab, que exige la retribución divina debido a su injusto asesinato de Abner (2 Sam. 3: 29). Las maldiciones de símil se expresan mediante el uso de «tal como...» y «como...», creando un paralelo descriptivo entre dos circunstancias no relacionadas. Por ejemplo, Ahías, el silonita, profetizó que Yahvé habría de «traer el mal sobre la casa de Jeroboam [...] como se barre el estiércol, hasta que no quede nada» (1 Rey. 14: 10). La maldición compara la casa de Jeroboam con el estiércol o la basura y algunos han sugerido que podría implicar que realizó una acción ilustrativa mientras la pronunciaba.

Los juramentos también tenían una función crucial en el mundo bíblico. Las personas bíblicas emplearon cuatro formas de hacer un juramento (hebreo shaba’) en el Antiguo Testamento: (1) la expresión «así haga Dios a X, y aun le añada, si X...» (Rut 1: 17; 1 Sam. 3: 17; 25: 22; 2 Sam. 3: 9; 1 Rey. 2: 23), en el que normalmente se invoca al Dios israelita o una persona de alto cargo, y X es el que toma o recibe el juramento; (2) la elevación de la mano (Gén. 14: 22-23; Sal. 63: 4; Dan. 12: 7); (3) el juramento por la vida de otro individuo (Gén. 42: 16; 1 Sam. 14: 39); y (4) la invocación de testigos (Jer. 42: 5). Los que tomaban juramentos eran conscientes del poder de las palabras y de las graves consecuencias de usarlas descuidadamente.

Conklin, Oath Formulas in Biblical Hebrew.

Conklin, Cursed Are You! The Phenomenology of Cursing in Cuneiform and Hebrew Texts.

Kitz, “Curses and Cursing in the Ancient Near East”, 615-627.