TIERRAS Y LUGARES

Persépolis—Ester 9: 16

Los emperadores aqueménidas (persas) gobernaron su vasto territorio desde varias ciudades importantes que sirvieron como capitales. Pasargada, Persépolis, Ecbatana, Susa y Babilonia fueron centros de poder real en algún momento de la historia persa, la mayoría de las veces compartiendo ese honor con otras ciudades. Los arqueólogos han identificado las impresionantes ruinas de Persépolis cerca de la ciudad moderna de Shiraz, en Fars (Irán). Los restos masivos de arquitectura colosal dan testimonio de los gloriosos días del Imperio persa.

Ciro II el Grande (550-530 a. C.) había elegido Pasargada como su capital, pero murió antes de que esto se llevara a cabo. Su hijo Cambises II (530-522 a. C.) decidió trasladar el trono real a Susa, que se fortaleció como una potencia política. El ascenso turbulento de Darío I (522-486 a. C.) requirió legitimación, por lo que el rey decidió construir una nueva capital no lejos de Pasargada: Parsa (conocida por los griegos como «la ciudad de los persas» [Persépolis]). Fue un centro para la actividad ceremonial y el arte imperial.

Las inscripciones y los restos arquitectónicos de varios sitios del Próximo Oriente Antiguo indican que Darío fomentó muchos proyectos de construcción. La construcción de Parsa empezó en el año 515 a. C., el mismo año en el que se terminó de construir el Templo de Jerusalén. Los restos arqueológicos de Persépolis son impresionantes e incluyen palacios, salas de banquetes, salones abundantemente decorados que muestran la influencia persa en el arte y la arquitectura de la Antigüedad. Entre las ruinas se encuentran cámaras en las que los generales de Darío planearon su fallida campaña contra los griegos, que habían quemado brutalmente la ciudad de Sardis en el año 498 a. C. Aquellas décadas turbulentas del Próximo Oriente Antiguo se vivieron como si Dios realmente estuviera cumpliendo su promesa de hacer «temblar a todas las naciones» (véase Hag. 2: 7). El hijo de Darío, Jerjes I (Asuero, 486-465 a. C.), cruzó el Helesponto para vengar la derrota de su padre en Maratón (490 a. C.). Además, incendió brutalmente Atenas en el año 480 a. C. como represalia por la destrucción de Sardis.

Pero las fuerzas de Alejandro se vengaron de Persépolis al destruirla por completo en el año 330 a. C. Una de las peores tragedias fue que el incendio consumió los registros de pergamino persas. Dado que las narrativas persas y los anales reales no han sobrevivido, lo que sabemos sobre el imperio proviene principalmente de relatos históricos griegos. Por otro lado, el fuego conservó las Tablillas del Tesoro y de la Fortaleza de Persépolis y numerosas bullae. Tales restos epigráficos contienen un valioso tesoro de información administrativa, económica y onomástica. Registran los cambios en la inflación durante la época de Jerjes, lo que podría haber afectado los impuestos en los territorios persas. El fuego conservó referencias a nombres de lugares, propios, raciones de comida y otra información social y administrativa.

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