EVENTOS HISTÓRICOS
Después de la creación del mundo por Dios (Gén. 1–2), el tercer acto divino poderoso en las Escrituras es el éxodo —la liberación de Israel de la servidumbre en Egipto y el eventual viaje hacia la tierra prometida. Muchos eruditos consideran adecuadamente el éxodo como la historia más importante del Antiguo Testamento. Es de vital importancia conocer el evento del éxodo y cómo el Antiguo y el Nuevo Testamento aluden al mismo constantemente a fin de comprender la fe judeocristiana.
Mientras que los primeros capítulos del libro de Génesis hablan sobre la creación de nuestro mundo y la primera pareja, el libro de Éxodo describe cómo Dios «creó» una nación. Israel ya se había multiplicado numéricamente hasta el punto de que faraón intentó reducir su crecimiento (Éxo. 1). Pero Dios mostró su poder creativo de una manera que lo llevaría a declarar a Israel en el Sinaí como una nación —su nación (Éxo. 19: 6)— como el objetivo del éxodo. Al igual que la creación del mundo, el evento del éxodo ocurre por iniciativa divina. En Éxodo 3, Dios se revela a Moisés en la zarza ardiente y declara: «Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto [...]. Por eso he descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel» (Éxo. 3: 7-8; cf. Éxo. 6: 1-12; 15; 19: 4-5). Por lo tanto, la liberación de los israelitas de Egipto fue el resultado directo de la intervención divina. En otras palabras, la salvación es un evento histórico que tiene lugar por iniciativa de Dios. No es de extrañar que algunos hayan visto el concepto de la historia de la salvación como el tema unificador en la teología del Antiguo Testamento y el evento del éxodo como el paradigma de la salvación.
Dios manifestó su poder al realizar maravillas y milagros en Egipto, como dividir el mar Rojo para que la gente escapara del ejército de faraón. Lo hizo en cumplimiento de la promesa hecha en Génesis 3: 15 después de la caída de Adán y Eva. El Éxodo forma el núcleo del Pentateuco, ya que presenta los conceptos teológicos fundamentales de la redención, el sacrificio, la presencia de Dios, la expiación y la elección divina de un pueblo para Dios mismo. También presenta una guerra santa en la que Dios derrota toda amenaza al cumplimiento de su propósito. Además, el Éxodo muestra la teología del desierto a menudo aludida en el Nuevo Testamento, la tierra prometida que presagia el «mundo por venir» (Apoc. 21, 22), y muchas otras enseñanzas teológicas que aparecen en el resto de la Biblia.
En el libro de Deuteronomio, Moisés reflexiona sobre todas las maravillas que él y la nación habían presenciado en el éxodo. Él declara: «Porque pregunta ahora si en los tiempos pasados que han sido antes de ti, desde el día en que creó Dios al hombre sobre la tierra, si desde un extremo del cielo al otro se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa, o se haya oído otra como ella. ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Dios hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, sin perecer? ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales, con milagros y con guerra, y mano poderosa y brazo extendido, y hechos aterradores, como todo lo que hizo con vosotros Jehová, vuestro Dios, en Egipto ante tus ojos? A ti te fue mostrado, para que supieras que Jehová es Dios y que no hay otro fuera de él» (Deut. 4: 32-35; cf. Núm. 14: 22-23; Deut. 7: 8).
El resto de los autores del Antiguo Testamento también hacen eco y comentan frecuentemente sobre la gran liberación del éxodo. Muchos incluso anticipan un segundo éxodo, específicamente de los exiliados de Babilonia (Isa. 40: 3; 42: 16-17; Jer. 16: 14-15; 23: 7-8; Esd. 1: 3-4). Es decir, los profetas describen el regreso de los exiliados usando un lenguaje alusivo al éxodo.
Al liberar a los israelitas de la esclavitud del faraón y traerlos a sí mismo para que toda la nación pudiera experimentar su presencia, Dios estaba anticipando la salvación de toda la raza humana. Así, siglos más tarde, Dios descendió en Belén y luego murió en la cruz para obrar nuestra redención, no de la esclavitud física o de un Egipto geográfico, sino de la esclavitud espiritual del pecado y de Satanás. Las alusiones al evento del éxodo llenan el Nuevo Testamento. Al comienzo de los Evangelios, el escritor bíblico describe el ministerio de Juan el Bautista con la imagen de la voz de alguien que clama en el desierto (Mat. 3: 3) y quien bautiza en el río Jordán. El bautismo es una especie de «nueva travesía» y entrada a Israel. Del mismo modo, los Evangelios presentan el ministerio de Jesús como ecos de Moisés, con Jesús pasando cuarenta días en el desierto (Mar. 1: 12-15) y las enseñanzas de Jesús en el monte como la entrega de una nueva y más profunda ley con bendiciones y aflicciones (Mat. 5; Luc. 6). La muerte de Jesús se describe como la «partida» (lit. «éxodo») que llevaría a cabo (Lucas 9: 31). Tanto Esteban como el apóstol Pablo recuerdan la fidelidad de Dios en el Éxodo como algo significativo en relación con la experiencia cristiana (Hech. 7; 13: 17-18; 1 Cor. 10: 1-13).
Significativamente, Pablo describe el sacrificio de Jesús en la cruz como nuestra Pascua (1 Cor 5: 7), haciendo explícito lo que ya estaba implícito en la Última Cena. Para Pedro, la iglesia de hoy es el verdadero «reino de sacerdotes» elegido por Dios (1 Ped. 2: 9-10), que toma prestado el lenguaje de la elección de Israel en Éxodo 19: 4-6. Hebreos presenta el santuario celestial donde Jesús ministra como nuestro gran sumo sacerdote (Heb. 6: 20; 10: 1-9) mediante las imágenes del Tabernáculo del desierto construido después del éxodo. Finalmente, en Apocalipsis, Juan alude al evento del éxodo a través de las plagas, el motivo de la murmuracion y la liberación de Dios de la mujer —la iglesia— que escapa al desierto donde Dios la sostiene. También alude a la victoria final del pueblo de Dios parado en el mar de cristal. De todas estas maneras y más, el evento del éxodo del Antiguo Testamento anticipó la obra redentora de Jesús en el Nuevo Testamento.
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