VIDA COTIDIANA

Comercio y comerciantes en el Mundo Antiguo—Génesis 37

El intercambio de mercancías y otras actividades comerciales era ampliamente difundido en el Próximo Oriente Antiguo, no solamente en las aldeas y los pueblos, sino también entre varias naciones. Se han encontrado textos económicos en los sitios arqueológicos que demuestran la gran importancia de comprar y vender en el Mundo Antiguo. Puesto que la economía se basaba principalmente en la agricultura, los granos constituían un elemento fundamental de dicho comercio. No obstante, los productos manufacturados y los recursos naturales extraídos de la tierra como el cobre y la plata también desempeñaron una función destacada en el comercio antiguo. Los campesinos y los comerciantes llevaban el excedente de productos agrícolas como cebada y trigo a los mercados regionales y las ciudades principales. Los productos manufacturados como la cerámica, la cristalería, la joyería y las telas teñidas se comercializaban en el mercado internacional. Una vasta red de comerciantes transportaba mercancías a lomo de asnos y camellos; un claro ejemplo se encuentra en los ismaelitas y madianitas que aparecen en el relato de José (Gén. 37: 27-28). Los productos que iban de Egipto a Babilonia atravesaban Palestina por dos rutas principales: la Vía Maris por el mar Mediterráneo y el Camino de los Reyes en Transjordania. Los fenicios controlaban casi todo el comercio marítimo. Sin el apoyo fenicio, Salomón jamás habría logrado hacer que zarpara su flota mercantil. Ezequiel 27: 12-27 indica el papel prominente que desempeñaba Tiro, importantísimo puerto marítimo fenicio, en la circulación de los bienes de lujo por todo el Próximo Oriente Antiguo. Entre muchos otros objetos menciona la plata, el hierro, el estaño, las gemas, la tela de púrpura, los vestidos bordados, el lino fino, el trigo y la miel.

Algunas ciudades contaban con instalaciones especiales para hospedar a las comunidades de comerciantes, la mayoría de los cuales eran forasteros o residentes extranjeros. Además, las ciudades más grandes como Babilonia y Damasco contaban con zonas abiertas dedicadas al comercio. Los centros urbanos pequeños, como era el caso en Palestina, llevaban a cabo actividades comerciales en tiendas o quioscos adyacentes a las residencias privadas o a las puertas de las ciudades. Para asegurar que la práctica comercial fuera honesta, los comerciantes utilizaban un sistema regulado de pesos y medidas. El metal, la piedra e incluso los objetos de arcilla con inscripciones hacían las veces de unidades para calcular el peso, como el talento, la mina y el siclo. En ausencia de estándares métricos absolutos y precisos, el sistema se prestaba a los abusos. Por esa razón, los comerciantes no gozaban de buena reputación. Con facilidad, el comercio permitía la usura a expensas de la gente pobre. Además, al ser extranjeros, los comerciantes tendían a menospreciar las costumbres religiosas locales (Neh. 13: 15-22). En el Antiguo Testamento, el término «cananeo» aplicado a los comerciantes expresa desconfianza y sospecha. «Canaán tiene en su mano pesas falsas, le gusta defraudar» (Ose. 12: 7). En la cultura romana también se dio una actitud similar ante los mercaderes y comerciantes. Los miembros de la élite romana consideraban que la única fuente de riqueza honorable era la agricultura y evitaban participar en el comercio (Cicerón, Contra Verres, 5.45, 46; Tácito, Los anales, 4.13.2). Más bien utilizaban hombres libres o esclavos para llevar a cabo transacciones comerciales. En el Nuevo Testamento encontramos un reflejo de esa actitud al leer cómo Jesús expulsó a los comerciantes del Templo y en el libro de Apocalipsis en el cual los comerciantes lloran por la caída de Babilonia cuando los santos son llamados a regocijarse (Apoc. 18: 3, 11-20). Por otro lado, Lidia, vendedora de tela teñida de púrpura, cuenta con una descripción muy positiva en el libro de Hechos (16: 14).