TIERRAS Y LUGARES
El nombre «Babilonia» aparece 288 veces en el Antiguo Testamento y doce veces en el Nuevo Testamento y, generalmente, se refiere a la antigua ciudad en la región sur de Mesopotamia, localizada en las proximidades del río Éufrates a 90 kilómetros al sur de la moderna Bagdad. Las primeras ocurrencias de Babilonia en la Biblia aparecen después de la narrativa del diluvio en el contexto de la Tabla de las Naciones (Gén. 10: 10) y, posteriormente, en el relato de la Torre de Babel (Gén. 11: 9).
En Génesis 11: 9, el autor bíblico emplea una etimología popular peyorativa del término Babilonia al asociarlo con la raíz hebrea balal, ‘confusión’. Los académicos reconocen que el nombre original de Babilonia no es sumerio ni acadio, sino que podría haberse derivado de una etimología acadia popular, Babilim, ‘puerta de dios’, y su cognado sumerio ‘ka-dingirra’. De esta manera, la forma plural acadia babilani, ‘puerta de los dioses’, la cual resultó en la posterior palabra griega babilon, de donde se ha obtenido el vocablo actual «Babilonia».
Las primeras excavaciones arqueológicas en Babilonia tuvieron lugar de 1899 a 1917 bajo la dirección de Robert Koldewey. Más tarde en el siglo XX, un grupo de arqueólogos alemanes excavaron el sitio hasta los niveles de la ciudad neobabilónica. Entre los hallazgos más impresionantes se encuentran las dos enormes paredes defensivas de ladrillo de la ciudad antigua con sus ocho puertas. Una de ellas, la puerta de Ishtar, había sido decorada con leones y dragones. Una calle procesional que conducía a ella sirvió como sitio para importantes celebraciones de Año Nuevo. Además, el famoso complejo Esagila y el Zigurat Etemenanki del dios Marduk —asociado durante mucho tiempo con la Torre de Babel de Génesis 11— se encontraban en el centro de la ciudad. Otras estructuras importantes encontradas en Babilonia incluyen varios palacios reales, así como un museo que muestra parte del botín de guerra capturado por el rey Nabucodonosor.
Como se ha mencionado anteriormente, los lectores de la Biblia consideraron que el nombre «Babilonia» significa ‘confusión’, un concepto que los escritores bíblicos usaron para caracterizar la ciudad como un centro de adoración falsa. Consideraron Babilonia como el último símbolo de la usurpación divina y la hostilidad hacia Jerusalén, la ciudad santa donde se encontraba la verdadera morada de Dios. El texto bíblico documenta ampliamente los contactos de Babilonia con la nación de Israel. El Antiguo Testamento menciona varios monarcas babilonios y líderes militares como Merodac-baladán (2 Rey. 20: 12; Isa. 39: 1), Nabucodonosor (2 Rey. 24: 10-11; Jer. 27: 6), Evil-Merodac (2 Rey. 25: 27; Jer. 52: 31), Nabuzaradán (Jer. 39: 11, 13), entre otros.
Debido a la desobediencia de Israel, Dios predijo a través de sus profetas el exilio, su duración, como también el fin del exilio en Babilonia. El exilio fue un punto de inflexión en la historia y la relación de Israel con Babilonia (Jer. 25). En el libro de Daniel, el profeta describe cómo Dios entregó a los israelitas y a su rey en manos de Nabucodonosor (Dan. 1: 1-2). Daniel 1–5 retoma la relación antagónica entre Babilonia (Babel) y el pueblo de Dios que comenzó en Génesis (Gén. 10: 8-10; 11: 1-9) y se extiende hasta el último libro del Nuevo Testamento, el Apocalipsis. Significativamente, solo el libro de Daniel documenta el fin del Imperio neobabilónico (Dan. 5). Al mismo tiempo, el autor bíblico señala un futuro sistema político religioso que reflejará la imagen del antiguo. Así como las Escrituras presentan a Babilonia como el objeto del juicio divino en Génesis 11, que condujo a la «confusión de lenguas», de manera similar en Daniel 5, el Imperio de Babilonia termina como resultado de la «confusión» de no poder interpretar «la escritura en la pared» producida por una mano misteriosa. Dicha escritura demostró, una vez más, la intervención divina contra Belsasar y todos aquellos que se atrevieron a oponerse al Dios de Israel.
El Antiguo Testamento condenó para siempre las atrocidades, la idolatría, la usurpación divina y la opresión de Babilonia contra el pueblo de Dios. El Nuevo Testamento, especialmente el libro de Apocalipsis, retoma todo el trasfondo idólatra y blasfemo de Babilonia registrado en el Antiguo Testament. Así, Juan el revelador se refiere a la Babilonia «espiritual» del tiempo del fin como «Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra» (Apoc. 17: 5), que simboliza el cristianismo apóstata en contraste con la mujer vestida con el sol en Apocalipsis 12, que simboliza el cristianismo puro. El juicio final sobre el fin de los tiempos de Babilonia representa tanto la condenación de las fuerzas mundanas que se oponen a Dios y a su pueblo como la vindicación del carácter justo y verdadero de Dios.
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