GOBERNANTES E IMPÉRIOS

El Imperio romano—Juan 11: 48

El antiguo Imperio romano, con su capital en la ciudad de Roma, comenzó en el año 27 a. C., tras la caída de la República romana, y duró hasta el siglo V. Gobernado por emperadores, se extendió por el mar Mediterráneo hasta Europa, África y Asia. La ciudad de Roma era, en aquel entonces, el área urbana más grande del mundo y el imperio creció hasta aproximadamente setenta millones de habitantes. Entre las fuerzas económicas, culturales, políticas y militares más poderosas de su tiempo, Roma fue el imperio más grande del Mundo Antiguo y uno de los más grandes en toda la historia del mundo.

Augusto, el primer emperador romano, estableció una forma de gobierno conocida como el principado, que combinaba elementos de la antigua República romana con los poderes tradicionales de una monarquía. Bajo Augusto, Roma empezó a florecer una vez más tras un período de disturbios políticos y el emperador llegó a ser considerado divino. Posteriormente, todos los buenos emperadores fueron adorados como dioses después de su muerte. Quizá los gobernantes más influyentes de Roma después de Augusto fueron Trajano (98-117 d. C.), Adriano (117-138 d. C.), Antonino Pío (138-161 d. C.) y Marco Aurelio (161-180 d. C.).

Jesucristo nació durante el gobierno de Augusto (27 a. C.-14 d. C.) y fue crucificado durante el reinado de Tiberio (14-37 d. C.). Dado que Roma consideraba a los cristianos como parte del judaísmo, estos disfrutaron de los privilegios otorgados a esta religión durante varias décadas. La persecución de los cristianos por parte del judaísmo les parecía una controversia religiosa interna a las autoridades romanas. Sin embargo, a partir del reinado de Nerón, el imperio comenzó a ver el cristianismo como una religión nueva y no autorizada que suponía un peligro para la unidad del estado. Algunas personas acusaron a los cristianos de provocar el gran incendio de Roma en el año 64 d. C. Sin embargo, la persecución siguió siendo esporádica o regional hasta el año 250, cuando se convirtió en una política estatal. Terminó durante el reinado de Constantino I (312-337 d. C.), con su famoso Edicto de Tolerancia del año 313. Aproximadamente tras el año 320, el estado romano empezó a favorecer el cristianismo. Pero el imperio estaba en crisis. Teodosio I (379-395) fue el último emperador que gobernó un Imperio romano unido. La parte occidental del imperio, que sufría invasiones constantemente y la huida de los campesinos a la ciudad, se había debilitado en comparación con la oriental, que era más rica. Tras la muerte de Teodosio en el año 395, Roma se dividió en dos imperios (oriental y occidental) separados. El imperio occidental cayó ante las tribus germánicas en el año 476, cuando el último emperador romano occidental fue derrocado. Conocido como el Imperio bizantino, el imperio oriental sobrevivió durante varios siglos.

El Nuevo Testamento presenta muchas referencias directas e indirectas al Imperio romano y a su civilización. Nombra a los emperadores Augusto, Tiberio, Claudio y (en la postdata de 2 Timoteo) a Nerón, así como a su capital, Roma. La Judea de los tiempos del Nuevo Testamento era una provincia del imperio gobernada primero por los herodianos, una dinastía idumea al servicio de Roma, y luego de manera más directa por los gobernadores romanos.

El ejército romano de ocupación, con sus oficiales, soldados, organización y disciplina, sirvió de telón de fondo para muchas historias e incidentes en los Evangelios. En las epístolas, la vida militar y las armas proporcionaron metáforas de la militancia cristiana. Los Evangelios y el libro de los Hechos describen los procesos judiciales y las penas de la corte romana. Las dificultades del apóstol Pablo con las autoridades imperiales y el trato especial que recibió en varias ocasiones durante sus viajes misioneros, así como su encarcelamiento final, revelan cuán importante podía ser la ciudadanía romana.

Un decreto imperial que obligaba a registrarse para los impuestos llevó a José y a María a Belén, donde nació Jesús. Jesús discutió con sus rivales religiosos en el judaísmo los temas de los impuestos y los deberes al emperador. Los impuestos y la ocupación militar fueron una causa constante de irritación que fomentaba el deseo de libertad entre el pueblo judío. Es por eso que muchos judíos esperaban que Jesús, si era el Mesías, los liberara del dominio de Roma y los guiara como líder político y militar hacia un nuevo período glorioso de independencia. Su arresto, juicio y ejecución revelan la relación ambigua que las autoridades judías mantenían con los representantes imperiales romanos en Palestina. Al considerar que Jesús ponía en peligro su poder político limitado y su influencia sobre el pueblo judío, los líderes religiosos judíos trataron de usar el poder de Roma para deshacerse de él.

Muchas ruinas arqueológicas de la civilización romana han sobrevivido hasta nuestros días: edificios de todo tipo, anfiteatros, acueductos, palacios, estadios y templos. Todos ofrecen un testimonio vivo de la riqueza y el genio organizacional de la cultura grecorromana que ha dejado una huella duradera en la civilización occidental.

Los puntos fuertes del Imperio romano como una organización política beneficiaron la difusión del evangelio cristiano en sus primeras etapas. Estos incluían lo siguiente: un sentimiento de la humanidad unida bajo una ley universal y bajo la persona del emperador que encarnaba los valores del imperio; libre circulación, porque la fuerza del ejército romano había traído un período duradero de paz; un excelente sistema de carreteras que favorecía las buenas comunicaciones y los viajes; y, finalmente, las conquistas romanas que habían llevado a muchas personas a perder la fe en los dioses locales y, por lo tanto, habían creado un vacío espiritual a ser llenado por el evangelio.

Al mismo tiempo, surgió una rivalidad creciente entre los valores del cristianismo y los del imperio. Roma podía tolerar el culto a los dioses locales si los habitantes del imperio reconocían la superioridad de la civilización romana a través del culto al emperador. Esto no suponía un problema para los paganos politeístas. Pero Cristo exigía lealtad exclusiva porque todos los demás dioses eran falsos. Incapaces de comprender el exclusivismo y la espiritualidad cristiana, los paganos acusaron a los cristianos de ateísmo (no creían en la existencia de las deidades tradicionales) o de ser «enemigos del bien público», lo que condujo a la persecución de los cristianos hasta que Constantino instituyó una política de tolerancia.

Bryan, Render to Caesar: Jesus, the Early Church, and the Roman Superpower.

Carter, The Roman Empire and the New Testament: An Essential Guide.

North y Price, The Religious History of the Roman Empire: Pagans, Jews, and Christians.