EVENTOS HISTÓRICOS

La investigación sobre Jesús—Lucas 18

«La investigación sobre Jesús» es un término que muchas personas usan, es lo que los eruditos a menudo denominan la tercera búsqueda del Jesús histórico. Comenzando alrededor de 1985 y siguiendo dos movimientos académicos anteriores centrados en el Jesús histórico, representa un esfuerzo académico para realizar un estudio más científico e historiográfico de Jesús dentro del trasfondo judío de su vida y ministerio y a la luz de todos los datos relevantes posibles, como la arqueología y las fuentes documentales primarias.

Como consecuencia del escepticismo intelectual de la Ilustración del mundo occidental, tanto la «búsqueda antigua» (1774-1906) como la «búsqueda nueva» (1953-1970) reflejaron varias preocupaciones filosóficas. El racionalismo radical que consideraba la razón como la única prueba de la verdad llevó a generaciones de eruditos a asumir que el registro bíblico de Jesús no era confiable. Los llevó a rechazar de manera especial los elementos sobrenaturales de los Evangelios, como los milagros de Jesús, ya sea atribuyéndolos a causas desconocidas u observaciones erróneas, o considerándolos meras representaciones de las verdades espirituales.

En el primer caso, la alimentación de los 5.000, por ejemplo, en realidad ocurrió cuando, impresionados por la generosidad del niño, otros de la multitud decidieron compartir las provisiones que habían traído consigo. El segundo punto de vista sostiene que la historia no tenía la intención de informar de lo que Jesús hizo realmente un día en particular, sino de afirmar que él es «el pan de vida» que siempre alimenta a sus seguidores con alimento espiritual. Un enfoque incluso más radical consideró que la mayor parte del contenido de los Evangelios fue fabricado o severamente distorsionado con fines apologéticos, dado que las historias de Jesús fueron contadas y recontados a finales del siglo I o principios del siglo II. Los defensores de ese punto de vista argumentaron que, debido a que los cambios resultantes fueron tan dominantes, no podríamos saber nada más sobre el Jesús real aparte de que existió y fue crucificado. En otras palabras, la iglesia primitiva se habría preocupado más en idealizar a un Cristo a quien poder usar luego como evidencia de sus creencias («el Cristo de la fe»), incluso si fuera mitológico, que en interesarse por el Jesús de Nazaret verdadero («el Jesús histórico»).

La «tercera búsqueda» (es decir, la investigación sobre Jesús), por otro lado, ha cambiado completamente el enfoque (y el método investigativo). Dirigida por una amplia variedad de expertos, ya sean cristianos o judíos, católicos o protestantes, liberales o conservadores, no sigue ninguna agenda filosófica per se, pero emplea un amplio espectro de pruebas históricas en su intento de proporcionar una comprensión más clara acerca de Jesús dentro de su contexto judío del siglo I. El antiguo escepticismo ha dado paso a una actitud más positiva hacia los relatos de los Evangelios y otras referencias del Nuevo Testamento a Jesús.

Por tanto, el énfasis ha pasado de intentar explicar la falta de autenticidad a intentar verificar la autenticidad. Por primera vez, el estudio de Jesús ha implicado una indagación más historiográfica, el uso de nuevas metodologías (sociológicas, antropológicas, etc.) y una examinación sistemática de la arqueología, geografía y la literatura antigua. El resultado es que, en comparación con búsquedas anteriores, un número creciente de eruditos ahora toma en consideración mucho más el material sinóptico, es decir, el material que se encuentra en Mateo, Marcos y Lucas, auténtico, aunque algunos todavía miran el Evangelio de Juan con reservas.

Sin embargo, eso no quiere decir que la investigación sobre Jesús haya llegado a un consenso o que sus conclusiones, aunque solo se refieren a los evangelios sinópticos, puedan ser etiquetadas como fundamentalmente conservadoras. De hecho, si bien numerosos estudios han demostrado un respeto renovado por la naturaleza histórica de la vida y el ministerio de Jesús, incluida su conciencia mesiánica, otros han defendido tan solo una cantidad moderada de historicidad. Aún así, los eruditos han comenzado a rechazar algunas suposiciones populares detrás de los intentos anteriores de encontrar al Jesús histórico, incluyendo las premisas de que (1) la tradición oral no es confiable y que ninguno de los evangelistas tuvo acceso a relatos fiables de testigos oculares; (2) que los Evangelios son documentos más bien teológicos que históricos; (3) que la iglesia primitiva se preocupaba más por la teología que por la historia; (4) que la tradición del evangelio consiste en diferentes niveles de redacción separables; (5) que las fuentes no canónicas, especialmente aquellas con una perspectiva gnóstica (como el Evangelio de Tomás del siglo II), son tan relevantes como los documentos del Nuevo Testamento a la hora de reconstruir la vida y las enseñanzas de Jesús; (6) que las narrativas que contienen citas y alusiones del Antiguo Testamento son necesariamente productos tardíos de la reflexión de la iglesia primitiva y (7) que siempre que los Evangelios canónicos difieren entre sí, deberíamos elegir solo uno como válido o incluso, quizá, cuestionar ambos relatos.

Al eliminar estas suposiciones injustificadas, la erudición ha comenzado a reducir el abismo que los académicos anteriores habían creado entre el Cristo de la fe y el Jesús histórico. De hecho, independientemente de su orientación teológica, ya sea liberal o conservadora, la mayoría de los académicos parecen estar de acuerdo en que es posible y necesario investigar al Jesús histórico sin recurrir al concepto del Cristo de la fe, es decir, a través de metodologías históricas más rigurosas.

Varias otras preguntas importantes continúan dando forma a la búsqueda del Jesús histórico, como qué criterios deben usarse para probar la autenticidad de los dichos y acciones de Jesús, cómo deberíamos emplear esos criterios, cuál es el supuesto contexto sociorreligioso del ministerio de Jesús y cuál es la naturaleza precisa de su mensaje sobre el reino de Dios. Sin embargo, con diferencia, el tema más controvertido son los milagros registrados en los Evangelios, cuya historicidad muchos niegan con frecuencia bajo la suposición de que solo las leyes y las fuerzas naturales operan en el mundo. Los milagros son, por definición, violaciones de esas leyes, así que no podrían tener lugar. El problema con esta afirmación es que utiliza las leyes de la naturaleza para explicar la causalidad. Sin embargo, el sistema natural solo regula los efectos una vez que se produce la acción causal. Es decir, tiene que ver únicamente con el proceso, no con lo que lo desencadena. También es un sistema abierto en vez de uno cerrado (inviolable).

En cualquier momento, causas inesperadas pueden perturbar un proceso y dar lugar a resultados diferentes. Si a alguien se le cae un jarrón de porcelana, por ejemplo, la ley de la gravedad dice que se caerá y romperá. Pero si otra persona lo atrapa antes de que toque el suelo, permanecerá intacto. Por tanto, los milagros son momentos en los que una causa sobrenatural (Dios) interviene repentinamente en el curso natural de los acontecimientos, provocando un giro sorprendente, pero dentro de los límites de la normalidad.

Esto es lo que les sucedió, por ejemplo, a aquellos a quienes Jesús sanó milagrosamente. En la mayoría de los casos, sus vidas cambiaron significativamente tras la curación, pero aun así murieron. En cuanto a la supuesta imposibilidad de una intervención externa en el sistema natural, debemos tener en cuenta que esta no es más que una hipótesis basada en la percepción humana de la realidad. A medida que la ciencia ha progresado, mucho de lo que antes era considerado imposible se ha modificado y revisado drásticamente, implicando que el alcance de la realidad es mucho más amplio de lo que se puede percibir o medir y que mucho de lo que sucede en el universo supera nuestro entendimiento actual.

Una dificultad crucial con los milagros es que son sucesos únicos y, como tales, no están sujetos a la investigación científica, cuyas conclusiones dependen de la observación y especialmente de la repetibilidad. La ciencia es buena para investigar fenómenos repetibles (o reproductibles), pero no está bien dotada para responder a preguntas sobre eventos únicos. Como resultado, el científico nunca podrá refutar los milagros de Jesús. Al mismo tiempo, el papel del historiador no es asumir lo que podría o no suceder, sino averiguar qué sucedió en base a la evidencia disponible. Por lo tanto, si podemos demostrar que los Evangelios son documentos históricos creíbles y dignos de confianza, entonces deberíamos tomarnos en serio sus afirmaciones sobre Jesús y sus milagros. Y las pruebas disponibles apoyan el caso de la antigüedad y confiabilidad general de los Evangelios.

El ministerio de Jesús se extendió del año 27 al 31 d. C. Los académicos han datado tradicionalmente los Evangelios de la siguiente manera: Marcos, aparentemente el primero que se escribió, alrededor del año 60 d. C., con Lucas y Mateo, en este orden, entre la composición de Marcos y la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C., y Juan, el último, alrededor del año 90 d. C. De modo que se cree que todos los Evangelios fueron escritos antes de finales del siglo I. Lo mismo ocurre con los otros libros del Nuevo Testamento, ya que la mayoría se terminaron entre veinte y cuarenta años después de la ascensión de Jesús. Solo los escritos joánicos (el Evangelios de Juan, 1-3 Juan y Apocalipsis) se escribieron aproximadamente en la última década del primer siglo, una conclusión respaldada por una serie de evidencias tanto internas como externas.

Evidencia interna. Los tres evangelios sinópticos relatan la profecía de Jesús sobre la destrucción de Jerusalén (Mat. 24: 1-51; Mar. 13: 1-37; Luc. 21: 5-36), que tuvo lugar en el año 70 d. C. Sin embargo, ninguno de ellos menciona el cumplimiento de la profecía. Teniendo en cuenta la centralidad del Templo en la religión judía y el papel de Jerusalén en el ministerio de Jesús y en los comienzos de la iglesia, este silencio es incomprensible a menos que estos evangelios hayan sido escritos antes del año 70 d. C. En el libro de los Hechos, el Templo continúa siendo fundamental para el judaísmo y, en cierta medida, también para el cristianismo, lo que sugiere que Lucas también completó este libro antes de la destrucción de Jerusalén. El último evento que registra Hechos es el final del primer encarcelamiento de Pablo en Roma en el año 62 d. C. (Hech. 28: 30-31). No menciona el segundo encarcelamiento romano ni la ejecución del apóstol cinco años después (67 d. C.), lo que indica una fecha anterior a su muerte para la redacción de Hechos.

Dado que el Evangelio de Lucas se escribió antes que Hechos (Hech. 1: 1; cf. Luc. 1: 1-4) y Marcos antes que Lucas, deben haberse redactado antes que Hechos. Juan se escribió mucho más tarde. Se refiere claramente a la muerte de Pedro por crucifixión en el año 67 d. C. como un evento pasado (Juan 21: 18-19) y el rumor de que el discípulo amado no moriría hasta que Jesús regresara (vers. 20-23) parece requerir que hubiera transcurrido algún tiempo desde el martirio de Pedro. Dado que la evidencia externa (véase más abajo) impide que Juan hubiera escrito después de finales del siglo I, la fecha tradicional para su redacción parece justificada.

La evidencia externa. Los escritos de los Padres de la Iglesia hacen varias alusiones y referencias a los Evangelios ya a finales del siglo I y principios del siglo II, incluido Clemente de Roma (96 d. C.); Ignacio, obispo de Antioquía (109 d. C.); Papías, obispo de Hierápolis (ca. 110 d. C.); Policarpo, obispo de Esmirna (ca. 120 d. C.); y Justino Mártir (150 d. C.). Según Ireneo (170 d. C.), Policarpo fue discípulo de Juan y Papías afirma haber recibido instrucción de personas que habían estado con los apóstoles. Todo ello indica que, a finales del siglo I, los Evangelios ya eran conocidos en diferentes áreas del mundo cristiano y eran considerados documentos autorizados sobre la vida y las enseñanzas de Jesús. Además, la presencia de la tradición oral y las reminiscencias personales hasta mediados del siglo II niegan enérgicamente cualquier brecha entre Jesús y los Evangelios que pueda justificar alguna supuesta falta de historicidad.

El descubrimiento en Egipto del Papiro Rylands (P25), un pequeño fragmento que contiene porciones del Evangelios de Juan datadas aproximadamente del año 25 d. C., corrobora aún más la antigüedad y la amplia circulación de los Evangelios. Ninguno de ellos, ni siquiera Juan, podría haber sido escrito después del siglo I, lo que sitúa la obra aún dentro de la vida de los testigos oculares de los acontecimientos que describen. Y no deberíamos pasar por alto el papel de estos testigos. Su presencia funcionaba como un mecanismo de control no solo de la veracidad del contenido de los Evangelios, sino también de su aceptación en el canon y la vida de la iglesia.

El Evangelio de Juan, el texto más controvertido del Nuevo Testamento debido a las afirmaciones acerca de la divinidad de Jesús y la naturaleza extraordinaria de sus milagros, estuvo sujeto a tal control desde el principio (Juan 21: 24-25). A pesar de tratarse de acontecimientos únicos, Jesús siempre realizó sus milagros en la presencia de otras personas, a veces miles de personas, lo que explica por qué su memoria como un obrador de milagros se conserva incluso fuera del Nuevo Testamento. En cuanto a la propia resurrección de Jesús, el evento más trascendental de su vida, más de quinientas personas pudieron dar fe de su veracidad y muchas de ellas estaban aún vivas cuando Pablo escribió a los corinitos (1 Cor. 15: 3-8), unos veinticinco años después.

Además, la arqueología ha identificado positivamente casi todas las referencias geográficas y topográficas de los Evangelios, lo que sugiere una tradición temprana que se remonta a la primera generación de cristianos. Debido a la extensión de la destrucción de Jerusalén, solo las personas familiarizadas con la región antes de la guerra habrían podido proporcionarnos estas descripciones precisas y detalladas de la ciudad y sus alrededores. En el caso de Lucas, aunque no fue testigo ocular del ministerio de Jesús, tuvo acceso a relatos de primera mano (Luc. 1: 1-4) y ha demostrado ser un historiador muy meticuloso. En Hechos nombra treinta y dos países, cincuenta y cuatro ciudades y nueve islas sin error. Los marineros modernos han confirmado la exactitud de los detalles en torno al viaje final de Pablo desde Cesarea a Roma (Hech. 27: 1−28: 16). Lucas se refiere a los títulos de los funcionarios gubernamentales, procónsules y tetrarcas. Si bien algunos son únicos, los estudiosos han descubierto que son precisos. Todo esto habla de la fiabilidad de sus trabajos.

Finalmente, la descripción de la vida y las costumbres judías, las tensiones entre los diferentes partidos religiosos y las complejidades políticas en la Judea del siglo I están en acuerdo notable con las fuentes extrabíblicas contemporáneas como el historiador judío Flavio Josefo, la literatura judía del siglo I y los pergaminos del mar Muerto. Una documentación tan cuidadosa demuestra que, para los escritores de los Evangelios, la exactitud histórica y la fiabilidad deben respaldar la fe cristiana.

La unanimidad de las evidencias de los manuscritos referentes a la autoría apostólica (directa o indirecta) de los cuatro Evangelios proporciona más pruebas. Hace falta un autor identificable y de fiar para explicar el reconocimiento de la autoridad de los documentos desde el principio. Los manuscritos también dan testimonio de la precisión general con la que los escribas conservaron el texto de los Evangelios (y del Nuevo Testamento en su conjunto). En resumen, existe una cantidad razonable de pruebas que respalda la antigüedad y la fiabilidad histórica de los Evangelios y el movimiento de «la investigación sobre Jesús» ha generado, con razón, un diálogo renovado sobre Jesucristo como figura histórica. Aunque todavía queda mucho por hacer, este nuevo intento de estudiar los Evangelios según sus propias reglas ya ha producido resultados significativos. Para aquellos que siempre han tenido en alta estima los cuatro Evangelios, tales resultados demuestran que las bases de la fe son mucho más sólidas que nunca.