PUEBLOS Y NACIONES
La palabra hebrea gēr, así como su equivalente griego paroikos, significa ‘extranjero’, ‘peregrino’, ‘forastero’ o ‘inmigrante’. Se refería a cualquier extranjero que viajaba o residía en la tierra de Israel. El extranjero podría haber llegado a través del matrimonio, el cautiverio, la esclavitud o la inmigración. Los reyes reclutaban a algunos extranjeros para que trabajaran para ellos y, en la mayoría de los casos, castraban a los varones para que no tuvieran hijos propios. Por lo general, esos servidores de la corte tenían responsabilidades de alto rango, como en el caso de Ebed-melec, el etíope (Jer. 38), y Daniel y sus compañeros (Dan. 1: 19). Abram (Gén. 12) fue el prototipo de extranjero que fue a vivir a Canaán. También residió brevemente en Egipto (Gén. 12: 10-20). Posteriormente, sus descendientes vivieron en Egipto como extranjeros durante cuatro siglos (Éxo. 12: 40; Hech. 7: 6). Jesús también estuvo un breve período en Egipto (Mat. 2: 14-15). De hecho, los israelitas eran «forasteros y extranjeros» incluso en la tierra prometida porque, en realidad, esta pertenecía a Dios (Lev. 25: 23; cf. Heb. 11: 13; 1 Ped. 2: 11).
Varias inscripciones antiguas extrabíblicas describen el concepto de extranjero. En la línea dieciséis de la inscripción de Mesa, el rey de Moab menciona la matanza de siete mil hombres nativos junto con hombres y mujeres extranjeros cuando atacó a Israel. Una inscripción fenicia presenta una lista de diferentes personas, incluyendo constructores, canteros, sirvientes y extranjeros a quienes se les pagó por el trabajo que hicieron en el templo de Kition, en Chipre. El fenómeno de los extranjeros estaba muy extendido en el Próximo Oriente Antiguo. De hecho, la raíz gwr, relacionada con gēr (‘extranjero’), aparece en varios idiomas y dialectos semíticos con un significado similar.
Dado que los israelitas habían vivido como extranjeros, debían tratar bien a otros extranjeros, protegerlos y mantenerlos tal como lo harían con sus propios huérfanos, viudas y pobres (Éxo. 22: 21-24; Lev. 19: 34; Deut. 24: 17-20; Mal. 3: 5). Además, los extranjeros tenían el privilegio de descansar el sábado (Éxo. 20: 8-11) y de adorar al Dios de Israel (Isa. 56: 3-8). La necesidad de separarse de los extranjeros indicada en los libros de Esdras y Nehemías fue el resultado del fracaso de Israel en mantener su pacto con Dios (Esd. 10: 11; Neh. 13: 1-3). De manera similar, el Nuevo Testamento insta a los cristianos a no casarse con incrédulos (2 Cor. 6: 14-15).
A través de Jesús, la barrera entre judíos y gentiles dentro de la iglesia cristiana ha sido derribada (Efe. 2: 11-19). Como declara el apóstol Pablo, todo aquel que cree en Cristo se convierte en hijo de Abraham por la fe (Gál. 3: 7, 27-29).
El Nuevo Testamento declara que todos los que creen en Jesucristo como su Señor y Salvador son hijos de Dios (Juan 1: 12). Si todos son hijos de un solo Dios, ya no son extraños entre sí. En la gran multitud de Apocalipsis 7: 9, «de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas», ya no hay extranjeros.
Rowell, “Sojourner”, Eerdmans Dictionary of the Bible, 1235-1236.
Spencer, “Sojourner”, The Anchor Bible Dictionary, 103-104.