PRÁCTICAS RELIGIOSAS

El judaísmo en los tiempos del Nuevo Testamento—Marcos 8

El judaísmo (hebreo Yehudith) es la llamada religión de los judíos. Los judíos son el pueblo que regresó de la cautividad de Babilonia a su hogar ancestral en Judea, reconstruyó Jerusalén y el Templo y se esparció por el mundo. Continuó con la antigua religión israelita pero no fue exactamente el mismo debido a varios cambios históricos.

Los estudiosos suelen catalogar el judaísmo de los tiempos del Nuevo Testamento como el judaísmo del Segundo Templo porque los babilonios destruyeron el Primer Templo de Salomón. Después del regreso del exilio, Zorobabel construyó uno nuevo, reconstruido más tarde a escala mayor por Herodes el Grande. En ocasiones, los historiadores religiosos también lo llaman judaísmo temprano, porque fue el precursor del judaísmo rabínico que surgió a partir de él. Los romanos demolieron el Segundo Templo en el año 70 d. C., pero el Nuevo Testamento aún estaba en proceso de ser escrito y recolectado. Por ello, se puede incluir el período desde Esdras y Nehemías en el siglo V a. C. hasta la rebelión de Simón bar Kojba que culminó en el año 135 d. C., o incluso después, como el período que abarca el judaísmo temprano.

Por autoridad del rey persa Ciro, los judíos habían recibido permiso para regresar al antiguo territorio de Judea del siglo VI a. C., pero el proyecto no había salido bien. Alrededor de un siglo después, Nehemías, el copero del rey Artajerjes, se hizo designar gobernador de la región llamada Yehud en la actualidad, y con energía dio forma a las cosas. El líder espiritual fue Esdras, el escriba, quien también era sacerdote. Durante el séptimo mes (Tishri), condujo una lectura pública de la ley de Moisés y una ceremonia de renovación del pacto (Neh. 8: 1–9:38). Fue como una nueva experiencia del Sinaí, con Esdras como segundo Moisés. Ese sería el evento si deseamos precisar un momento específico en el que comenzó el judaísmo, tal como lo conocemos hoy.

Los líderes judíos se dieron cuenta de que el exilio fue resultado de la desobediencia de la nación a la ley y la influencia corruptora del paganismo. Al no querer repetir esos errores, sintieron que la solución era la atención escrupulosa a la ley y el separatismo, es decir, evitar todo tipo de alianza con los no judíos.

No obstante, eso no siempre funcionó. Durante los siguientes siglos después del período persa, los judíos tuvieron que responder a desafíos griegos y, más tarde, romanos. Bajo el liderazgo macabeo y la dinastía asmonea, alcanzaron la independencia nacional y después la volvieron a perder. La profecía desapareció. Como resultado de diversas respuestas a todos esos eventos, el judaísmo desarrolló varias variedades o sectas.

El desafío más potente fue el helenismo, la atracción de la cultura griega, la modernidad de esa época. Los judíos que vivían en el extranjero en la diáspora no pudieron escapar de ella, pero tampoco pudieron hacerlo los que estaban en la tierra de Israel. El idioma, la vestimenta, la arquitectura y la cultura griegas estaban en todas partes. Una indicación tangible de este es cuántos judíos tenían nombres griegos, como, por ejemplo, Andrés y Felipe. Bartimeo era hijo de alguien con el nombre griego de Timeo. Las diferentes sectas representaban diversas maneras de hacer frente a todas esas influencias.

Incluso al reconocer las diferentes formas de judaísmo, no deberíamos pasar por alto lo que todas tenían en común: eran abrahámicas y mosaicas. Es decir, todas consideraban a Abraham como su padre y aceptaban los cinco libros de la ley de Moisés como Escrituras sagradas, el pináculo de la revelación divina. Con excepción de los samaritanos, todas oraban hacia el templo de Jerusalén como el lugar donde el Señor hacía que habitara su nombre. E. P. Sanders ha denominado a este judaísmo básico como «nomismo pactual», lo que significa que Dios hizo un pacto de gracia con Abraham (Gén. 12: 1-3; 17: 1-14), del cual era señal la circuncisión. Todo judío es heredero de esa relación de pacto, pero tiene que permanecer dentro de él al guardar la ley.

Las tres sectas judías que más nos interesan durante este período son los fariseos, los esenios y los saduceos. En el Nuevo Testamento, encontramos más a los fariseos. Según Josefo (Antigüedades 17.42), sumaban unos seis mil. Además de los cinco libros de Moisés, aceptaban como Escrituras los profetas y los escritos que conforman los contenidos del Antiguo Testamento protestante. Pero para ellos, la Torá (instrucción divina) incluía no solo las Escrituras sino todo lo que uno podía extrapolar lógicamente de la ley. Incluía la traducción de los ancianos (Mar. 7: 3), que ellos afirmaban que había sido traspasada oralmente de Moisés (Mishná Aboth 1:1). Puestos con el tiempo en forma escrita, esas tradiciones de ley oral conforman el libro conocido como la Mishná. Otra característica distintiva de los fariseos fue que, aunque eran laicos, se dedicaron a observar todas las leyes de la pureza que la ley prescribía para los sacerdotes.

El Nuevo Testamento no menciona explícitamente a los esenios, aunque algunos estudiosos los incluyen entre los escribas mencionados junto con los fariseos (Luc. 15: 2). Josefo, Filo y Plinio describen a los esenios con cierto detalle. Los estudiosos suelen concordar en que los esenios produjeron los famosos rollos del mar Muerto. Josefo dijo que había más de cuatro mil de ellos (Antigüedades 18, 20). Aceptaban las mismas Escrituras que los fariseos, con quizá tres excepciones. En los rollos del mar Muerto no se encontró ningún ejemplar del libro de Ester. Por el contrario, parece ser que consideraban como Escrituras el libro de Jubileos y el libro que hoy se conoce como 1 Enoc. Rechazaban la ley oral de los fariseos. Pero creían que su fundador y líder, a quien llamaban el Maestro de Justicia, les había dado interpretaciones inspiradas de los escritos proféticos (denominadas pesharim). Puede que él tuviera otros escritos inspirados, también.

Asimismo, creían que eran el remanente justo, el verdadero Israel. También creían que los demás judíos eran apóstatas, incluidos los sacerdotes del Templo de Jerusalén, por lo que dejaron de adorar allí. Como creían que vivían en el fin de los tiempos, consideraban que todas las profecías se aplicaban a ellos y a su período de la historia.

El Nuevo Testamento menciona a los saduceos solo unas pocas veces y eran pocos en número (Josefo, Antigüedades 18.17). No obstante, eran importantes, conformando una poderosa élite que controlaba el Templo y, en colaboración con los romanos, la nación. No dejaron escritos que se conozcan, de manera que lo que sabemos de ellos proviene, en su mayoría, de personas que los detestaban. Se dice que aceptaban como Escrituras solo los cinco libros de Moisés y rechazaban cualquier idea de ley oral o interpretación inspirada. Con respecto a la ley, eran «estrictos interpretacionistas» y no se consideraban regidos por nada que no estuviera en el Pentateuco literalmente.

Es interesante comparar las diversas sectas judías respecto de sus doctrinas más allá del canon escritural de cada una. Aunque los saduceos creían totalmente en el libre albedrío, los esenios aceptaban la predestinación. Los fariseos, sin embargo, creían en ambos puntos de vista. Los saduceos no creían en la vida después de la muerte. Creían que, si vivían una vida de obediencia a la Torá, Dios los recompensaría con vida larga y salud, ambas señales de la bendición divina. Los fariseos enseñaron una resurrección del cuerpo, a menudo junto con un alma inmortal. Los esenios creían en un alma inmortal. Los fariseos aguardaban la venida de un rey justo, el Hijo de David, que los llevaría a triunfar sobre los injustos. Los esenios esperaban a dos mesías, uno real y uno sacerdotal, y aguardaban una batalla final entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Los saduceos, sin embargo, desalentaron toda especulación semejante. Gobernaban el Templo, mientras que los fariseos eran dominantes en las sinagogas y los esenios para sí en comunidades aisladas y estrictamente organizadas con propiedades en común.

Una diferencia clave entre los esenios y las otras dos sectas era su calendario. Los fariseos y los saduceos usaban un calendario lunisolar que consistía en doce meses lunares, como lo habían hecho los babilonios. Dado que doce meses lunares suman tan solo 354 días, era necesario añadir un decimotercer mes aproximadamente cada tres años, para sincronizar el calendario con las estaciones. Pero los esenios, al igual que los egipcios, empleaban el calendario solar, con la excepción de que estaba modificado para que tuviera tan solo 364 días. De esa manera, el año nuevo siempre comenzaba un miércoles y todas las festividades anuales siempre caían el mismo día de la semana. Los esenios creían que su calendario era el verdadero y que los otros grupos seguían uno falso.

El judaísmo del Nuevo Testamento tenía facciones adicionales que eran más políticas que religiosas. Los herodianos apoyaban la dinastía de Herodes y tendían a aceptar costumbres griegas. Pero hicieron causa común con los fariseos, que eran sus enemigos naturales, para atrapar a Jesús (Mar. 3: 6). Los zelotes (o cananeos) eran un movimiento de resistencia que se oponía a los romanos y a los que cooperaban con su ocupación. Podían ser violentos terroristas. Es interesante que uno de los discípulos de Jesús fue Simón el Zelote (Luc. 6: 15; cf. Mar. 3: 18).

A juzgar por las cifras que informa Josefo, todas las principales sectas judías combinadas sumaban más de diez mil personas. La vasta mayoría de los judíos no estaba afiliada a ninguno de esos grupos. Eran personas comunes que iban a la sinagoga quizá una vez a la semana y tenían sentimientos reverentes respecto de la Ley y el Templo, pero no eran especialmente escrupulosos. Los fariseos y los líderes judíos las miraban con desprecio, refiriéndose a ellas como «esta gente que no sabe la Ley» (Juan 7: 49). Jesús las describió como «las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mat. 10: 6) y las hizo objetos especiales de su misión evangélica. Los fariseos se referían a ellas como el ‘am ha-’areş, ‘el pueblo de la tierra’, una expresión que se encuentra en Esdras 4: 4 y Nehemías 10: 30-31, donde se refiere a una raza mixta de campesinos que quedó atrás cuando los babilonios se llevaron a los judíos al cautiverio. Para los días de Jesús, se había convertido en un término peyorativo para referirse a los judíos comunes.

Después de la destrucción del Templo en el año 70 d. C., los saduceos y los esenios desaparecieron de la escena y las únicas sectas judías que permanecieron fueron los fariseos y los cristianos. El judaísmo farisaico se volvió la norma y se desarrolló el llamado judaísmo rabínico, del cual descienden todas las formas modernas de judaísmo. Descansaba sobre tres pilares: el canon de las Escrituras, la sinagoga y los rabinos. Su canon es el mismo que el Antiguo Testamento protestante. El judaísmo sobrevivió la destrucción del Templo porque aún tenía sinagogas. Los rabinos, que sucedieron a los escribas, expusieron y aplicaron las Escrituras. Creían que la profecía había cesado: «Cuando Hageo, Zacarías y Malaquías, los últimos de los profetas, murieron, el Espíritu Santo desapareció de Israel» (Tosefta Sotah 13:2). Ante la ausencia de nuevas revelaciones, el judaísmo rabínico se dedicó a hacer exégesis de la antigua revelación y la responsabilidad de interpretar la antigua revelación quedó en manos de los rabinos.