PRÁCTICAS RELIGIOSAS

Profetas y profecía—Números 12: 6

Durante mucho tiempo, muchos estudiosos de la Biblia asumieron erróneamente que el llamamiento profético era exclusivo del pueblo de Israel o se limitaba principalmente a él. Sin embargo, la propia Biblia reconoce en varios pasajes la existencia de profetas y videntes que no eran israelitas (por ejemplo, Núm. 22–24; 1 Rey. 18). El hecho de que Dios prohibiera a los hebreos ciertos tipos de prácticas de adivinación indica la popularidad de estas actividades «proféticas». Por ejemplo, el faraón convocó a sus sabios y hechiceros para confrontarse a Moisés y Arón (Éxo. 7: 9-12).

Las funciones proféticas, tanto en Israel como entre otros pueblos del Próximo Oriente Antiguo, implicaban mucho más que una simple «predicción del futuro». Incluían tales prácticas como revelar la voluntad de los dioses, curar enfermedades, realizar milagros, reprender a un monarca, descifrar sueños y aconsejar a la gente. Sin embargo, en el caso de los profetas no hebreos, era común consultar a los espíritus de los muertos, conseguir información del ultramundo y usar cánticos y magia, lo cual Dios había prohibido estrictamente a su pueblo (Lev. 20: 6; Deut. 18: 10-12).

Algunos académicos, como Jonathan Stökl, defienden que el Próximo Oriente Antiguo tenía dos categorías principales de profetas: los profesionales (llamados āpilum en los textos de Mari) y los oficiales (denominados assinnu), que eran personas comunes que, como «laicos», presentaban un mensaje profético en un momento dado.

Aunque la Biblia no lo deja claro, sí que deja margen para poder asumir que las mismas categorías de profetas también existían en Israel. Un ejemplo es el caso de Jeremías, el profeta de Dios, quien se vio confrontado por los profetas oficiales del rey, quienes generalmente decían lo que era políticamente más conveniente.

En varios textos bíblicos y no bíblicos encontramos profetas, videntes, intérpretes de sueños, consejeros, emisarios, etc. masculinos y femeninos. Sin embargo, en el Antiguo Testamento se entendía que el papel y el trabajo de los portavoces de Dios tenía dos aspectos principales, tal como lo indican los términos empleados para ellos. «Vidente» (chozen o ro’eh) aparece más frecuentemente durante la historia hebrea temprana (1 Sam. 9: 9). «Profeta» (nabbi’, ‘llamado [por Dios]’ o ‘que tiene una vocación [de Dios]’) llegó a ser más común más tarde y designaba al individuo como el portavoz de Dios. Por lo tanto, «vidente» enfatizaba que el profeta discernía la voluntad de Dios mientras que «profeta» subrayaba su comunicación al pueblo de Dios. Ambos aspectos van de la mano. El mensaje divino podía ser inmediatamente evidente o el profeta tenía que investigar su importancia y su significado (1 Ped. 1: 10-11), lo cual quizá se observa más dramáticamente en el caso de Daniel (Dan. 8: 27; 12: 8-9). Sin embargo, la fuente, tanto del mensaje como del entendimiento, siempre provenía de Dios mismo.

TroxelProphetic Literature: From Oracles to Books.

Stökl, Prophecy in the Ancient Near East: A Philological and Sociological Comparison.

Van der Toorn, From the Oral to the Written: the Case of Old Babylonian Prophecy, in Writings and Speech in Israelite and Ancient Near Eastern.