USOS Y COSTUMBRES

El mecenazgo—Romanos 3: 26

La vida era extremadamente precaria en el Mundo Antiguo y la gente conseguía sobrevivir solo mediante los esfuerzos unidos de la familia, la comunidad local y el clan o la tribu. La sociedad en su totalidad exigía a aquellos que tenían más compartir con los necesitados. Una costumbre muy extendida, especialmente en el mundo romano, era el mecenazgo, en el que los que tenían daban a los que no tenían nada. Llegó a ser una parte tan importante de la estructura social de la vida antigua que el apóstol Pablo empleó la imagen del mecenazgo como una forma de ilustrar el plan de salvación de Dios. Esta práctica podía ser especialmente significativa para los gentiles.

El mundo romano constaba principalmente de dos clases: el pequeño grupo de ricos que controlaba casi todos los recursos y la mayoría, que era extremadamente pobre. Aquellos que necesitaban un préstamo, un trabajo, una promoción profesional y social, alimentos, granos para plantar el próximo cultivo, asistencia legal o cualquier otro tipo de ayuda buscaban el apoyo de aquellos que tenían la riqueza y el poder necesarios. Estos últimos, conocidos como mecenas, proporcionaban la ayuda que un individuo nunca podía obtener por sí mismo. Idealmente, estos mecenas prestaban ayuda sin intención de recibir una recompensa o cumplir algún interés propio, sino movidos por la preocupación por el destinatario. La persona que buscaba esta ayuda se llamaba cliente. A veces, los clientes no podían llegar solos a los mecenas ricos, sino que se ponían en contacto con una persona que actuaba como intermediaria (denominado «negociador» o mediador), que proporcionaba a los clientes necesitados acceso a posibles mecenas. Entonces el mecenas aceptaba y ayudaba al cliente basándose en los méritos o el carácter del mediador.

Una vez que el mecenas otorgaba al cliente lo que necesitaba, cosa que no podía obtener de otra manera, el receptor asumía una relación permanente con el mecenas o una obligación de lealtad hacia él. Por consiguiente, la sociedad romana esperaba que la persona ayudada hiciera público el favor otorgado y mostrara su gratitud por la ayuda recibida: elogiar al mecenas y todo lo relacionado con él delante de los demás. Además, la sociedad esperaba que el receptor estuviera dispuesto y listo para realizar servicios en beneficio del patrón y su familia. Los clientes debían reunirse en la casa del mecenas por la mañana y esperar cualquier oportunidad para ayudarlos. El cliente no pagaba la deuda con el mecenas, eso era absolutamente imposible, sino simplemente demostraba su agradecimiento por algo que él nunca podría haber obtenido de otra manera. Todos consideraban que la obligación de gratitud o agradecimiento por parte del cliente era para toda la vida. El mecenazgo era lo que mantenía la sociedad romana unida mediante una red de relaciones personales (y sigue teniendo una poderosa influencia en muchas culturas actuales).

Pablo vio en la práctica del mecenazgo una manera de explicar lo que Dios había hecho por la humanidad a través de Cristo y también cómo los redimidos deberían responder al don de la salvación. La salvación es gratuita para todos, pero cuando los creyentes la aceptan, tienen responsabilidades. Curiosamente, Pablo empleó los mismos términos para explicar el plan de la salvación que los escritores romanos usaban para describir la práctica del mecenazgo. Tanto el apóstol como los autores romanos hablaron de charis (generalmente traducido como ‘gracia’) para indicar el favor divino y humano y pistis (‘fe’ o ‘fidelidad’) para indicar cómo debía responder el recipiente a este favor.

Solo Dios y Cristo, como creadores de todas las cosas, pueden redimir a los seres humanos caídos. Él es el Mecenas divino que da gracia al pecador. Jesús es el mediador, debido a su relación única, tanto con el Padre como con la humanidad. Solo por los méritos de Cristo y a través de él la humanidad puede recibir la salvación. Los cristianos, al igual que los clientes, deben aceptar de Dios algo que nunca podrán obtener por sí mismos. Pero al recibirlo, asumen de buen grado una vida de infinita gratitud, obediencia y servicio a Dios y a Cristo. Mediante la fe en Jesús, siempre están listos para honrar a su Salvador y hacer su voluntad.

Evans y Porter, Dictionary of New Testament Background, 766-771.