5 de enero | TODOS
«Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón» (Gén. 3: 15).
La vida golpea. Apalea, inclemente y despiadada. Los años se van, y dejan cicatrices en el alma. Todo envejece y se marchita. La lozanía de las flores se consume. Las hojas secas son llevadas por el viento. Es una realidad dolorosa de la cual nadie escapa. Adán y Eva habían escogido el camino de la muerte, pero aquella tarde sombría el Creador llegó al Jardín y, para concienciarlos del carácter maligno de su pecado, les dijo que eran polvo y al polvo volverían.
Somos polvo. ¡Arena y polvo que el viento arrastra! ¡Polvo que no dura! ¡Arena que no resiste! ¡Ay de quien construya su vida en la fugacidad del polvo! ¡Triste de aquel que edifique sus sueños sobre la fragilidad de la arena! Vendrá la tempestad, más tarde o más temprano. Soplarán los huracanes de la vida. Amenazarán los temporales del dolor. Esta es la penosa realidad después de la entrada del pecado al mundo.
En aquella tarde sombría en el Edén, todo parecía perdido. Desde el punto de vista humano, tal vez lo estuviese. Sin embargo, la eternidad ya registraba el plan de redención, el misterio del amor, la grandeza de la misericordia. De la mujer nacería un niño que destruiría el poder de las tinieblas. Esa simiente prometida era Jesús. El Salvador vendría al mundo. Se haría carne y andaría entre los seres humanos. Sería maltratado y humillado. El enemigo, disfrazado de soldados, de fariseos, o de indiferentes, le heriría en el calcañar. Pero con su muerte y resurrección, Cristo heriría al enemigo en la cabeza. Su herida sería mortal.
Hoy, nuestra lucha es contra un enemigo vencido. No permitas que, en los estertores de su muerte, aún logre derrotarte. Jesús vino al mundo, nacido de una mujer, venció al Diablo en el mismo terreno en el cual Adán y Eva fueron derrotados, y nos ofrece la victoria. ¡No hay nada que pueda mantenerte cautivo en el territorio de la muerte!
En Acción
En oración, piensa en alguna persona cercana que te parezca receptiva. Envíale luego un mensaje explicándole esta primera promesa del plan de redención con tus propias palabras. Canta “La primera promesa” (si es posible, con tu familia).