8 de enero | TODOS

Babel y la confusión de las lenguas

«Después dijeron: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéramos esparcidos sobre la faz de toda la tierra”» (Gén. 11: 4).

Tierra de labranza. Olivos y almendros subiendo por las laderas. Las frentes desnudas de los montes arenosos. La naturaleza silente escuchaba el ruido escandaloso de los seres humanos que construían la gigantesca torre de Babel. Aquella construcción humana no pretendía solamente protegerse de un nuevo diluvio. Reflejaba una actitud de abierta rebeldía contra Dios. La intención era «llegar al cielo y hacerse un nombre». Despojarse definitivamente del Creador y empezar a honrar a la criatura. 

En los descubrimientos arqueológicos de los zigurats, que no son sino réplicas posteriores de la torre de Babel, se han descubierto altares a la creación, pero no al Creador. Había, en todas ellas, una especie de pasillo que subía, en espiral, hasta la parte superior, donde se adoraba al sol, la luna y las estrellas.

La Biblia describe que el primer ser creado que tuvo la intención de llegar al trono de Dios fue Lucifer. «Subiré al cielo —dijo en su corazón—. En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono […]; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo» (Isa. 14: 13-14). ¿Hay muchas diferencias hay estas palabras de Lucifer y las de los constructores de la torre?

Pero entonces la mano poderosa de Dios entró en acción. La lengua de los constructores fue confundida. Cada uno empezó a hablar en un idioma diferente y se vieron obligados a separarse y esparcirse por todo el mundo. El plan divino finalmente se cumplió, pese a la rebeldía de los hombres. Los descendientes de Noé habían tenido la oportunidad de seguir las instrucciones divinas. El plan divino era que se multiplicasen y llenasen la tierra (ver Gén. 9: 1 y 7; cf. 1: 28). Algunos obedecieron, pero otros se rebelaron, establecieron ciudades amuralladas y llegaron al colmo de intentar llegar al cielo. ¡Pobre insensatez humana!

En Acción

El problema de empeñarse en seguir mi propio camino es que me dejo guiar por un ciego (yo mismo). ¿No es más sabio que me guíe el Dios omnisciente? Aprendamos la lección de la torre de Babel para no cegarnos buscando «hacernos un nombre». Finalmente, será el Dios bueno quien nos exalte y, sobre todo, seremos más felices.