16 de abril | TODOS
«¡Alabad a Jehová, invocad su nombre, dad a conocer entre los pueblos sus obras! ¡Cantad a él, cantadle salmos; hablad de todas sus maravillas!» (1 Crón. 16: 8-9).
Un cauce seco por donde corría el agua solo en la época de las lluvias. Un terreno fértil, casas rodeadas de palmeras con dátiles, cultivos de mirto... y sapos. Muchos sapos. Así era la cuenca Nahal Repha’im, en donde hoy está ubicado el barrio de Malha en Jerusalén.
Próximo a aquel lugar, hace aproximadamente tres mil años, David entonó su primer salmo de gratitud a Dios, celebrando la llegada del arca a la capital de Judá. En apenas veintiocho versículos, el cantor de Israel menciona los verbos «alabar», «invocar», «dar a conocer», «cantar», «hablar», «glorificar», «buscar» y «recordar»; todos ellos, relacionados con la actitud del corazón que reconoce la grandeza y la misericordia de Dios con sus hijos. Este es un salmo de adoración, pero para David la mejor manera de adorar a Dios era agradecerle y dar a conocer su nombre a las naciones que todavía no lo conocían.
Cuando reconoces la manera maravillosa en que el Señor condujo tu vida hasta el presente, tu corazón se llena de gratitud y se torna un manantial de sentimientos puros. De él brota el agua de las bendiciones hacia quienes sufren sin esperanza en el desierto de esta vida.
Proponte hoy hablar por lo menos a una persona del amor de Cristo. De quién eras tú antes de conocerle, y qué es lo que hizo el Señor en tu vida. Tu testimonio es el mejor acto de gratitud y adoración por lo que realizó Jesús en tu favor y en favor de las personas que amas.
Una vida sin gratitud es una vida sin memoria, sin historia, y una existencia envuelta por la nube oscura de la amnesia.
En Acción
Alabar a Dios no es algo necesite él sino tú. Evocar lo que ha hecho por ti y por los tuyos te hace sentir mejor, renueva tu esperanza y puede ser contagioso para quienes te escuchen. ¡No olvides las horas pasadas en que Dios te cuidó! Y tampoco olvides contarlas.