17 de abril | TODOS
«David respondió a Gad: “Estoy en grande angustia. Prefiero caer en la mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas en extremo, que caer en manos de los hombres”» (1 Crón. 21: 13).
Israel se encontraba aquel día envuelta por un triste olor de tarde cansada. A lo lejos se oían los lamentos melancólicos de algún ave nocturna, gemidos de dolor, clamores de arrepentimiento. El rey David había ofendido a Dios al ordenar que se realizase un censo en el pueblo. Joab, su general de confianza, le aconsejó que no lo hiciera, pero el poder marea, ofusca y muchas veces embrutece al que tiene autoridad.
David no oyó los consejos. Se olvidó de Dios, de sus misericordias pasadas, de la manera extraordinaria como había derrotado a sus enemigos, y creyó que necesitaba saber el número exacto de sus guerreros para confiar en sus fuerzas, en vez de confiar en Dios.
Los resultados no tardaron en aparecer. El Señor expresó su desagrado y, aunque David se arrepintió y pidió perdón, Dios le dio a escoger un camino entre tres que tenía ante sí, como consecuencia de su orgullo: tres años de hambruna para el pueblo, tres meses de derrota ante sus enemigos, o tres días de una peste maligna que diezmaría a los hijos de su pueblo.
David se mostró angustiado y, como leemos en el versículo de hoy, se limitó a responder que prefería «caer en la mano de Jehová» y no «en manos de los hombres». Y en efecto, así es. Que Dios te libre de caer, pero si un día caes, que el Señor te libre de caer en las manos de los hombres; pues, a diferencia de estos, Dios perdona. De hecho, en aquella ocasión, Jehová acabó mitigando los daños después de una inicial devastación.
En Acción
Confía en Dios y no en tus fuerzas. Todo lo que has logrado hasta el presente es, directa o indirectamente, resultado del amor de Dios. Tú solo has sido un instrumento en sus manos. No te creas demasiado que eres tú el artesano de tus éxitos.