19 de abril | TODOS

Lecciones de la vida de David

«Así reinó David hijo de Isaí sobre todo Israel. El tiempo que reinó sobre Israel fue cuarenta años. Siete años reinó en Hebrón y treinta y tres reinó en Jerusalén. Murió en buena vejez, lleno de días, de riquezas y de gloria. Reinó en su lugar Salomón, su hijo» (1 Crón. 29: 26-28).

Todos morimos. Más tarde o más temprano. Nadie escapa de la muerte. David no fue la excepción, como acabamos de leer. El suyo fue, no obstante, un final bendecido. Sin embargo, su vida no siempre había sido un mar de rosas. Nació en la familia de un hombre de Dios llamado Isaí. Tuvo siete hermanos y una niñez y adolescencia en contacto con la naturaleza, donde aprendió a adorar y a depender de Dios. Pero la vida pasa y las circunstancias también. David llegó a ser rey de Israel. Y siendo rey, protagonizó algunos de los incidentes más vergonzosos de ese pueblo.

Cayó muy bajo: adulterio, mentira, intriga política, asesinato, injusticia, abuso de poder. Su vida fue un cóctel de pecados. Si comparas los pecados de David con los de su antecesor, el rey Saúl, verás que, desde el punto de vista moral, los pecados de David fueron peores. Pero si lees la historia, verás que Dios reprobó a Saúl y le quitó el reino, pero no hizo lo mismo con David. ¿Por qué? ¿Favoritismo? No. La explicación está en el corazón.

David se arrepintió, lloró por sus pecados, se humilló ante Dios, corrigió sus caminos y, finalmente, «murió en buena vejez».

Bendito el Señor que se olvida de tus pecados una vez que los confiesas. Jesús murió en la cruz, no solo para perdonarte, sino para darte la oportunidad de rehacer tus caminos y, finalmente, morir en buena vejez.

En Acción

Tienes una vida entera para gozar de la compañía de Dios. Dure lo que dure, él estará a tu lado para reír y llorar contigo en cada momento oportuno, para ayudarte a levantar cuando caigas y para llevarte de la mano hasta el final de tus días.