20 de abril | TODOS

Dios merece lo más grande y lo mejor

«Y la casa que tengo que edificar ha de ser grande, porque el Dios nuestro es grande sobre todos los dioses. Pero ¿quién será capaz de edificarle casa, siendo que los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerlo? ¿Quién, pues, soy yo, para que le edifique casa, aunque solo sea para quemar incienso delante de él?” (2 Crón. 2: 5-6).

Más allá de lo que los ojos alcanzan a ver, más allá de las constelaciones más lejanas, mucho más allá de lo que la mente humana pueda imaginar, está Dios. Su naturaleza es incomprensible; su amor, indescriptible; su presencia domina los cielos y la tierra. ¿Cómo, entonces, podría habitar en el templo que Salomón pensaba construirle? El rey era consciente de que sería incapaz de edificar una casa a Dios siendo que los cielos de los cielos no lo podían contener. Pero el templo era necesario.

Para Israel, el santuario no era solo un aspecto de su vida, sino la vida misma. El vivir cotidiano de los israelitas giraba en derredor del santuario. Cuando alguien pecaba, se dirigía a él en busca de perdón; si se sentía desanimado o derrotado, corría allí en busca de fortaleza; si necesitaba consejo para tomar una decisión, era allí donde encontraba sabiduría. Y el santuario estaba abierto a todos, incluidos los extranjeros que habitaban en Israel.

¿Y por qué el santuario? Porque, aunque Dios no estaba limitado a cuatro paredes, era allí, concretamente en el lugar santísimo, donde el sumo sacerdote accedía a la presencia de Dios. Cada vez que el Señor deseaba comunicarse con su pueblo, lo hacía desde el santuario.

¿Cuál es la lección que aprendemos? Que la comunión con Dios no puede ser solo un aspecto de nuestra vida sino la vida misma. Todo debe girar en torno a nuestra estrecha relación con Jesús. No podemos vivir la religión un día por semana. Necesitamos vivir el cristianismo al comprar y al vender, al viajar, trabajar, o recrearnos. Al levantarnos y al acostarnos.

No puedo ser uno en el campo de deporte o en el trabajo, y otro en la iglesia.

¡Dios busca integridad en el corazón de sus adoradores!

En Acción

La Palabra de Dios insiste en que él no puede ser encerrado en una edificación humana, ni siquiera ordenada por el propio Dios. Un templo en el que «mora» Dios no es más que una representación del anhelo divino de que sintamos su presencia a nuestro lado.