21 de abril | TODOS
«Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra» (2 Crón. 7: 14).
La oscuridad nocturna tenía color de amanecer porque rayos de luz caían del cielo como hojas arrancadas por el viento otoñal. Era de noche, pero daba la impresión de ser de día porque el Señor se le apareció a Salomón por segunda vez. La primera había sido en Gabaón, cuando el joven rey pidió sabiduría. Ahora, después que Salomón terminara de construir el templo, se le apareció de nuevo, pero en esta ocasión lo hizo con un desafío.
De nada valdría el mejor templo del mundo si la presencia de Dios no estuviera allí. Pero para que el edificio no fuera solo un conjunto armonioso de materiales de construcción, era necesario que el pueblo fuera sanado del alma y construyera un templo a Dios en su corazón. La tierra estaba enferma, los hombres y mujeres sufrían innecesariamente, le dedicaban un templo a Dios, pero andaban en sus malos caminos. El pueblo necesitaba entender que de poco servía invocar el nombre del Señor con el corazón contaminado de impiedad.
Por eso, el desafío era volverse de verdad a Dios para buscarle de todo corazón y seguir los caminos divinos en vez de los propios. El secreto de una oración atendida por Dios es humillarse, buscar el rostro del Señor, estar dispuesto a vivir con él una experiencia de amor diario y a renunciar a otros caminos. Entonces vendrá la respuesta divina.
Receta simple. Difícil de ser practicada. Pero ahí está.
En Acción
Dios se pone a nuestro alcance pero no nos impone su compañía. Si de verdad deseas su maravillosa presencia, recíbele con los brazos abiertos y la paz inundará tu corazón. Canta “Si mi pueblo ora” (si es posible, con tu familia).