22 de abril | TODOS
«Reinó Salomón en Jerusalén sobre todo Israel cuarenta años. Y durmió Salomón con sus padres, y lo sepultaron en la Ciudad de David, su padre. Reinó en su lugar Roboam, su hijo» (2 Crón. 9: 30-31).
La vida de Salomón tuvo tres etapas marcadas, Primero, una juventud de integridad, humildad y servicio a Dios. Reyes y reinas de todo el mundo vinieron de diferentes lugares a ver la gloria de Dios y el modo extraordinario como el Señor bendecía a Israel. Días gloriosos aquellos. La historia muestra que la obediencia y la fidelidad son recompensadas por el Señor.
Pero las victorias del pasado no son garantía de triunfos futuros. Nadie puede dormir ni ufanarse de lo que sucedió. Lo que importa es lo que sucede en el presente. Salomón cayó estrepitosamente en su fase adulta. Su corazón se llenó de orgullo y Dios pasó a ser apenas un detalle en su experiencia. Los resultados fueron catastróficos. Las pasiones de la vida lo arrastraron a las profundidades tenebrosas de la concupiscencia. Llegó a tener setecientas esposas y trescientas concubinas. ¿Para qué? Es que el pecado no tiene límites. Cuanto más te alejas de Dios, más te hundes en las arenas movedizas del mal.
Gracias a Dios, él no se olvida de sus hijos; los llama, los sigue, los persigue. Insiste, una y otra vez, jamás pierde la esperanza de que un día el hijo rebelde regrese a sus brazos de amor. Así fue con Salomón. Un día, el rey despertó de su inconsciencia espiritual y escribió: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Ecle. 1: 2). Y después: «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: “No tengo en ellos contentamiento”» (12: 1).
Una vida de altos y bajos, una experiencia de sombras y luces, un peregrinaje de caídas y rectificaciones. ¡Qué importa! Lo realmente digno de mención es que «durmió Salomón con sus padres, y lo sepultaron en la Ciudad de David, su padre».
Durmió en paz con Dios y aguarda la segunda venida de Cristo en gloria y majestad.
En Acción
Ya te alejes poco o mucho de Dios, ya te olvides de él incluso, la realidad es que tu corazón seguirá anhelando su presencia. Él lo sabe y por eso, a pesar de que hayas vivido al margen de él, Dios siempre se mantendrá a tu lado. Desde la cuna hasta la tumba.