24 de abril | TODOS
«Cuando se levantaron por la mañana, salieron al desierto de Tecoa. Mientras ellos salían, Josafat, puesto en pie, dijo: “Oídme, Judá y habitantes de Jerusalén. Creed en Jehová, vuestro Dios y estaréis seguros; creed a sus profetas y seréis prosperados”» (2 Crón. 20: 20).
Josafat regresaba cabizbajo, y cuando levantaba la vista lo hacía solo para observar a los pueblos tan tristes, tan viejos y tan silenciosos que se encontraban ubicados a lo largo del camino. La tarde melancólica de su regreso pudo haber sido una tarde más de décadas pasadas, o de otro día cualquiera. Si lo fuera, el rey que casi había muerto en la batalla volvería atrás y oiría la voz de Dios. No habría intentado hacer alianza con Acab, el rey idólatra de Israel, casando a su hijo Joram con Atalía, que era tan malvada como su madre Jezabel. Pero ya era tarde. Por causa de su desobediencia casi había perdido la vida batallando contra los sirios y, al llegar a Jerusalén, oyó decir que una coalición armada de moabitas, edomitas y amonitas se acercaba contra él.
Experiencia vivida y lección aprendida. Josafat temía a las fuerzas enemigas y en esta ocasión buscó la orientación divina, y Dios envió al profeta Jahaziel anunciando que la batalla ya estaba ganada. El ejército de Judá debía permanecer quieto y solo observar la gran victoria que les daría el Señor.
Al día siguiente, como vemos en el versículo de cabecera, el rey Josafat alentó al pueblo a creer en Dios y en sus profetas, pues la victoria ya estaba asegurada. Dios siempre ha hablado con su pueblo a lo largo de la historia. Él no guarda silencio. Se comunica, orienta a sus hijos, no los deja confundidos, ni sin saber qué hacer.
Hoy continúa hablando a través de su Palabra. Cada predicador es en cierto modo un profeta de Dios, en el sentido de que no habla en su nombre sino en el nombre de Aquel que lo envió. Por eso el predicador tiene la responsabilidad de no predicar lo que imagina, sino lo que Dios dice en su Palabra.
En Acción
Cada paso difícil en la vida debiera ser un ejercicio de fe. La próxima vez que te topes con una dificultad «insuperable», ponte en manos de Dios y no dudes de que, antes o después, ese obstáculo para ti invencible quedará atrás. Canta “Creed en Jehová” (si es posible, con tu familia).