26 de abril | TODOS

Un restaurador de la adoración

«En el primer año de su reinado, en el mes primero, [Ezequías] abrió las puertas de la casa de Jehová y las reparó. Hizo venir a los sacerdotes y levitas, los reunió en la plaza oriental y les dijo: “¡Oídme, levitas! Santificaos ahora, y santificad la casa de Jehová, el Dios de vuestros padres; sacad del santuario la impureza”» (2 Crón. 29: 3-5).

El drama del ser humano es vivir apartado de Dios. Desde la entrada del pecado al mundo, el hombre y la mujer se adueñaron de la vida que el Señor les había confiado y escogieron su propio camino de rebeldía y muerte. La historia bíblica es la historia de la búsqueda del ser humano por parte de Dios. El Creador llama y la criatura huye y se esconde en las sombras de su orgullo y espíritu de independencia.

En los tiempos de los reyes hebreos, la situación no era diferente. Muchas veces, los líderes y el pueblo se escondían de Dios detrás de una liturgia y un ceremonial que habían establecido para vivir tan solo una religión de apariencias. Pero Dios levantaba de vez en cuando sacerdotes y reyes que entendían la verdadera naturaleza de la vida espiritual, y regresaban al fondo de lo que realmente importa. Uno de esos reyes fue Ezequías.

En el primer año de su reinado, hizo reparar la casa del Señor, mandó reunir a los sacerdotes y les anunció que deseaba promover un reavivamiento en medio del pueblo y que esa renovación espiritual debía comenzar por el sacerdocio. Pero lo más impresionante fue que tenía la visión correcta de la triste realidad del pecado. Dijo: «Porque nuestros padres se han rebelado y han hecho lo malo ante los ojos de Jehová, nuestro Dios; porque le dejaron, apartaron sus rostros del tabernáculo de Jehová y le volvieron las espaldas» (2 Crón. 29: 6).

Fíjate en las expresiones: «se han rebelado», «le dejaron», «apartaron sus rostros», y «le volvieron las espaldas». ¿Con qué resultado? «Han hecho lo malo ante los ojos de Jehová».

¡Qué extraordinaria visión! No bastaba reformar solamente lo externo, sino el corazón y las actitudes del espíritu. ¡Estos son el reavivamiento y la reforma que valen la pena! Que conllevan, claro está, arrepentirse de verdad.

En Acción

El arrepentimiento genuino implica un cambio de visión de las cosas, fruto del cual se experimenta un cambio general de actitud y de conducta. Es valioso que medites en ello.