12 de enero | TODOS
«Aconteció después de estas cosas, que Dios probó a Abraham. Le dijo: “Abraham”. Este respondió: “Aquí estoy”. Y Dios le dijo: “Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”» (Gén. 22: 1-2).
La jornada de aprendizaje de la fe, para Abraham, empezó a los setenta y cinco años, y jamás llegó a su fin. Cuando el Señor le pidió que sacrificase a su hijo, ya tenía cien años. No hay edad suficiente para dejar de aprender, crecer y aceptar nuevos desafíos.
La orden de Dios era absurda, desde el punto de vista humano. La promesa de descendencia se había demorado en cumplir, pero, cuando Isaac es ya un jovencito, Dios ordena que lo sacrifique. Abraham no entendía. Nadie podría entenderlo. Pero hombres y mujeres de fe obedecen a Dios aunque, aparentemente, sus órdenes sean absurdas. Cuando Isaac pregunta a su padre dónde está el cordero para el holocausto, la respuesta de fe de parte de Abraham es: «Dios proveerá» (Gén. 22: 8).
Durante esa larga y dolorosa caminata de obediencia, el patriarca sintió de alguna manera lo que Dios sufrió al sacrificar a su unigénito para salvar a la humanidad. En la experiencia dramática de aquel anciano padre se anunciaba, una vez más, el misterio de la expiación. Alguien debía morir para salvar al pecador.
Lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz del Calvario brilló en su esplendor en el momento en que Abraham levantó el cuchillo para sacrificar a su hijo. Todo estaba perdido, no había salida, la única perspectiva futura era la muerte, la condenación era un hecho. Pero en ese instante se oyó la voz de Dios de Dios diciendo: «Abraham, no hagas daño al muchacho» (cf. 22: 12). Y apareció debajo de un arbusto un cordero, símbolo de Jesús, para ocupar el lugar de Isaac y morir por él.
¡Bendita gracia redentora! ¡Amor eterno! ¡Sublime misericordia! No bastará toda la eternidad para agradecerla.
En Acción
Contempla con los ojos de la fe las pruebas que Dios permite que enfrentes hoy. Así verás más allá de ellas. Deposita tu confianza en Jesús, el cordero de Dios. Él lo dio todo para tu liberación. Canta “Dios proveerá” (si es posible, con tu familia).