4 de mayo | TODOS
«Pues Mardoqueo, el judío, fue el segundo del rey Asuero, grande entre los judíos y estimado por la multitud de sus hermanos, porque procuró el bienestar de su pueblo y la paz para todo su linaje» (Est. 10: 3).
Perseguido, atormentado de cerca por sus enemigos, que urdían intrigas para destruirlo, Mardoqueo nunca se rindió. Su vida se refugiaba en los brazos de quien no conoce derrotas. Finalmente, como dice el texto de hoy, Mardoqueo gozó de prestigio entre su pueblo al llegar al término de la historia.
No era solo el reconocimiento del rey, que lo colocó en una posición estratégica en el reino, también contaba con el amor de sus hermanos. Seguro que antes había gente entre su propio pueblo que disentía con él, y que incluso lo criticaba. Pero ese es el precio de ser líder. No te atrevas a desear el liderazgo si no quieres ser criticado y condenado por una minoría más o menos amplia. Tú olvídate de lo que digan a tu respecto, alza la cabeza y sigue adelante.
Tienes una misión demasiado importante para perder el tiempo argumentando con gente que tan solo entorpece, voluntariamente o no, el cumplimiento de los propósitos divinos.
¿Cuál fue el secreto para la entereza de Mardoqueo y la prosperidad de su camino en medio de las dificultades? Su sumisión a Dios, fruto de la cual procuró el bien del pueblo y la paz con quienes se relacionó. Los expertos en liderazgo dirían hoy que tenía inteligencia emocional. La Biblia define esa capacidad de amar y entender a los demás como parte del carácter de Dios reflejado en quien lo busca y permanece con él.
En Acción
Haz de tu vida una influencia positiva. Inspira, desarrolla en los demás la capacidad de soñar y emprender; y un día, como Mardoqueo, descansa en la satisfacción del deber cumplido.