9 de mayo | TODOS

Cuando Dios responde

«¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¡Házmelo saber, si tienes inteligencia! ¿Quién dispuso sus medidas, si es que lo sabes? ¿O quién tendió sobre ella la cuerda de medir?» (Job 38: 4-5).

Aquella mañana del mismo aroma de flor silvestre que respiro ahora, me recosté en el silencio y la soledad del viejo pueblo que me vio nacer y contemplé los cielos y la campiña verde que se extendía ante mis ojos. Me sentí más humano que nunca, más diminuto, insignificante y finito. La grandeza del cielo me sometía, y me llevaba a entender las preguntas que Dios le hiciera a Job y que acabamos de leer.

La pequeñez del ser humano ante la grandiosidad divina es abismal, y sin embargo la pobre criatura se atreve, muchas veces, a desafiar al Creador. El matemático y filosofo inglés Bertrand Russell dijo en cierta ocasión: «La ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias ni aliados celestiales».

Tal vez sientas que no necesitas ayuda celestial con la mesa llena y la salud fluyendo por tus venas, pero ¿adónde vas cuando la necesidad toca tu puerta, o la ciencia médica dice que para tu mal no existe remedio? Mejor no cuestiones la existencia de Dios. Tú no estabas presente cuando su poder creador estableció los límites del mundo, cuando le dijo al mar hasta dónde podrían llegar sus aguas, o a la golondrina adónde debería ir durante el invierno.

Tú y yo ni siquiera éramos polvo. No existíamos, ¿cómo puede la criatura mortal responder las preguntas existenciales hechas por un Dios inmortal? Pero qué bueno es Dios que a pesar de nuestra rebeldía nos sigue amando y esperando con los brazos abiertos.

En Acción

Al leer las preguntas de Dios a Job, no creas que se las hizo para prohibirle pensar. De hecho, si te fijas en ellas notarás que eso, pensar, es justo lo que quería que hiciera. También tú medita sobre la vida, sobre lo que te acontece y sobre lo que Dios permite, pero sin olvidar que él tiene acerca de todo ello una visión más amplia que tú.