13 de mayo | TODOS
«Te alabaré, Jehová, con todo mi corazón. Contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, Altísimo» (Sal. 9: 1-2).
Por las rutas del recuerdo desfilan las maravillas que el Señor hace todos los días en la vida de infinidad de personas. Rosa Elena sonríe satisfecha porque ayer, mientras formaba la fila para optar a un empleo, sintió en sus hombros el toque sutil de una señora anciana que le dijo: «Ven conmigo».
Fue con ella y, al entrar en el edificio, percibió que la señora había desaparecido. Rosa Elena la buscó con la mirada, sin encontrarla. En ese momento, entró allí un hombre elegantemente vestido, con un maletín en una mano y varios papeles en la otra. Ella, solícita, se ofreció a ayudarle y lo acompañó hasta su oficina. El hombre le preguntó: «¿Eres una de las candidatas?». Tras recibir la respuesta afirmativa, recomendó a los responsables que se le diera el empleo, después de ser entrevistada.
Hasta hoy, Rosa Elena no logra entender lo que sucedió, pero las lágrimas aparecen cada vez que recuerda el incidente, y concluye: «Dios es maravilloso». Esa es justamente la razón que tenía David para expresar, gozoso, lo que leemos en el texto de hoy.
La gratitud nace en el corazón e involucra al ser entero. Supone reconocer que lo que somos y tenemos lo hemos recibido por la gracia y misericordia de Dios. Sin embargo, el sentimiento de gratitud no puede quedar en un rincón del corazón, es necesario contar las maravillas. Participar de la misión de comunicar a otros las maravillas divinas afirma en el propio ser la confianza en Dios, aunque los cimientos de la tierra que pisamos se estremezcan de vez en cuando.
En Acción
Haz de este día un día de gratitud sincera y comparte las buenas nuevas con los que se relacionan contigo. Canta “¡Te alabaré, Jehová!” (si es posible, con tu familia).