15 de mayo | TODOS

Roca mía y Redentor mío

«¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias, que no se enseñoreen de mí. Entonces seré íntegro y estaré libre de gran rebelión. ¡Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Jehová, roca mía y redentor mío!» (Sal. 19: 12-14).

Jugaba al amor libre. «Mientras espero al hombre acertado, me divierto con los equivocados», decía. Y su carcajada se perdía entre las piedras de montañas sin fin, como cascada de aguas salvajes.

Deslumbrada por la vida, jugaba su propio partido. Como si no existiesen reglas morales. Corría como una gacela, por los prados atractivos de una sociedad liberal. Nadaba en las aguas turbulentas posmodernas, descendía a las profundidades de aquel mar traicionero, atraída por filosofías semejantes a corales y peces coloridos. Un día, sintió que le faltaba oxígeno y quiso salir. Intentó regresar a la superficie y se dio cuenta de que había ido demasiado lejos. Murió de sida, a los veintiocho años.

¡Gabriela, Gabriela! Tu piel morena estaba demasiado blanca el día de tu entierro. Tus ojos vivos no tenían luz. ¿Qué hiciste con tu vida? ¿Por qué no respetaste el tiempo? ¿Por qué jugaste con el tuyo y te fuiste antes de tiempo? No fuiste capaz de discernir tus propios errores. Dejaste que el orgullo y la soberbia se apoderasen de tu joven y loco corazón.

David conocía el peligro derivado de establecer su propio camino de destrucción y muerte. Por eso, suplicó a Dios que lo ayudase a ser integro. «Roca mía», le dijo, «y Redentor mío». Esa roca es permanente. Los siglos pasan, las edades se van, pero la roca continúa en el mismo lugar. Sus valores no cambian. Al dirigirse a Dios como la Roca, el salmista depositó su confianza únicamente en Dios y su Palabra. Solo en él hay seguridad. El corazón humano es mentiroso. Por eso en su salmo David le pide a Dios que le libre de errores y soberbias.

En Acción

El texto de hoy es la sabia oración de alguien que sufrió por sus propios errores. ¿No quieres hacer tuyo el clamor de David? Únete a Dios, y él te servirá de espejo para descubrir tus errores ocultos. Luego, él mismo te librará de ellos para que dejen de amargarte la vida. Canta “Roca mía y Redentor mío” (si es posible, con tu familia).