18 de mayo | TODOS
«Has cambiado mi lamento en baile; me quitaste la ropa áspera y me vestiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, ¡te alabaré para siempre!» (Sal. 30: 11-12).
Elmer no podía entender cómo, de un día para otro, su empresa se había venido abajo. En realidad, hacía mucho tiempo que los números estaban en rojo, pero él no asumió la difícil situación hasta que llegó el momento en que no pudo cumplir los compromisos contraídos. Como resultado de la pérdida completa de sus bienes se sumergió en un pozo de depresión y abatimiento. Pasaba días enteros sin salir de casa, no veía luz en el fondo del túnel, llegó a pensar que la muerte podría ser la única salida.
Fue en esas circunstancias cuando la Palabra de Dios llegó a sus manos. Al principio la rechazó. Siempre había creído que la religión era una muleta para personas débiles, incapaces de luchar con sus propias fuerzas. Pero los días pasaron y él se iba consumiendo en su dolor como una vela que llegaba a su fin.
Un día tomó el libro sagrado en sus manos, lo abrió y se topó con el versículo de hoy, subrayado con tinta roja: «Has cambiado mi lamento en baile; me quitaste la ropa áspera y me vestiste de alegría».
Estas palabras llegaron al fondo de su corazón abatido y a partir de entonces estudió y meditó en la Escritura con afán y esmero. Entendió que David escribió este salmo después de ver a sus enemigos derrotados por Dios, y el corazón de Elmer se llenó de esperanza. Puso su vida en las manos de Dios, empezó prácticamente de cero, y fue creciendo hasta convertirse de nuevo en un empresario de éxito, mucho más próspero que en la primera fase de su vida.
Hoy, el cántico diario de su corazón es: «Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, ¡te alabaré para siempre!».
En Acción
Dios no distingue entre unas u otras personas, él anhela bendecirnos a todos. Así pues, tú también puedes entonar ese cántico. Canta “Te alabaré para siempre” (si es posible, con tu familia).