19 de mayo | TODOS
«Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad y en cuyo espíritu no hay engaño» (Sal. 32: 1-2).
Karin Cheshire no soportó la muerte de su hijo, que, abrumado por la culpa, se quitó la vida. Esta mujer inglesa de cincuenta y cinco años dijo que no imaginaba el futuro sin su hijo, y también se suicidó, ahorcándose. El hijo lo hizo tras ser falsamente acusado de violación. Ella, porque no pudo sobreponerse al dolor.
La culpa puede matar. La vergüenza y el dolor de la injusticia, también. El rey David sintió el peso de la culpa al confrontarse con sus pecados. Adulterio, asesinato, abuso de poder, intriga política y mentira. Un cóctel de acciones indeseables que se oponen al carácter inmaculado de Dios. Aquella noche en la cual Natán le dijo que él era un pobre pecador, David deseó morir, pero el Espíritu del Señor le mostró que, aunque humanamente la situación del pecador parezca no tener salida, la gracia de Dios es mucho más abarcante y poderosa que el poder de la culpa.
David creyó en el perdón y, a raíz de ello, un día escribió el texto de hoy.
Feliz el ser humano que un día descubre la gracia maravillosa de Jesús y la acepta. Somos salvos únicamente por gracia. No existe pecado que Jesús no pueda perdonar, pues en la cruz del Calvario él murió por todos los pecados de todos los seres humanos de todos los tiempos. Por eso la eternidad será insuficiente para agradecérselo.
En Acción
Haz de hoy un día completamente feliz, lleno de paz. Dios te ama y te acepta como eres, y ya te ve como el diamante precioso que serás un día, transformado por su amor. Canta “Perdonaste mi pecado” (si es posible, con tu familia).