25 de mayo | TODOS
«¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!» (Sal. 51: 10).
Otoniel ama a Jesús. Se dejó encontrar por el Salvador en una noche de delirio, horror y sufrimiento. Lenguas de fuego y de infierno lamían su cuerpo herido mientras se debatía entre la vida y la muerte víctima de una sobredosis de cocaína. Sombras sin forma se acercaban a él, amenazadoras. Figuras grotescas, frutos de su imaginación enferma.
En su desesperación clamó a Jesús y recibió respuesta. Al salir de la clínica de recuperación, era un hombre transformado. Su vida es uno de los grandes testimonios del poder transformador de Jesucristo. Lo que Otoniel no entiende es por qué continúa sintiendo ganas de hacer cosas malas si ya está convertido. El versículo de hoy trae la respuesta para todas las personas que, como Otoniel, tratan de andar en los caminos de Dios pero descubren que hay dentro de ellas una fuerza extraña que las empuja hacia el mal.
Un día Pedro escribió de la «corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones» (2 Ped. 1: 4). Se refería a la naturaleza pecaminosa con la que todos vinimos al mundo. A esa naturaleza no le gusta andar en los caminos de Dios. Es la fuente de los malos deseos. Por desgracia, nos acompañará hasta la venida de Cristo. Será entonces cuando «esto corruptible se vista de incorrupción y […] esto mortal se vista de inmortalidad» (1 Cor. 15: 53).
«Nuestro corazón es malo y no lo podemos cambiar. […] Debe haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo alto, antes que los hombres puedan ser cambiados del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo» (Elena G. White, El camino a Cristo, pág. 16).
David entendía perfectamente lo sucia y destructiva que resulta la naturaleza caída para el ser humano; por eso, tras pecar y arrepentirse, lloró ante Dios y le suplicó que le diera un nuevo ser («un corazón limpio» y «un espíritu recto»).
En Acción
Pídele a Dios que cambie tu corazón para ver todas las cosas con sus ojos, llenos de pureza y de sabiduría. Canta “Un corazón limpio” (si es posible, con tu familia).