2 de junio | TODOS
«Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias, el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila» (Sal. 103: 1-5).
Los cipreses que adornan la entrada de esa residencia no atenúan la tristeza del lugar. A fin de cuentas, cambiarle el nombre a un hospital psiquiátrico no ameniza el drama de las personas que allí se encuentran. ¿Con quién se encuentran? Con ellas mismas, tal vez. Con fantasmas imaginarios, quién sabe. Con recuerdos que las torturan sin cesar. Con la culpa que las golpea inclemente, no sé.
Allí, perdido en los laberintos de sus temores, pasaba los días y las noches, las semanas y los meses, un ser humano atormentado de culpa, cargado de dolor, del recuerdo del sufrimiento causado a otros, y que ahora se vestía de una muerte que lo acechaba de día y de noche.
Acababa de salir del tercer intento de suicidio, y gastaba las horas llorando como un niño desconsolado. Así, hasta el día en que el capellán de la clínica le habló del amor de Dios y de la maravilla del perdón. Entonces descubrió en Dios su fuente de paz. Resulta que en él tenía, como proclama el texto de hoy, al perdonador de sus pecados, al sanador de sus dolencias… A su amoroso rescatador, siempre deseoso de bendecir.
Le llevó semanas y meses entender que el sufrimiento de los pecadores ya lo padeció el Señor Jesús en la cruz del Calvario, pero al fin abrió su corazón al Salvador. El Espíritu Santo iluminó su mundo de oscuridad y vio rayar un nuevo día.
Nada podemos hacer tú o yo para borrar el pasado, pero una cosa es posible: confiar en el amor maravilloso de Dios y en su promesa de perdón.
En Acción
Recuerda, una vez más, que Dios no te pide que le bendigas, alabes y adores porque él lo necesite, sino porque te hace bien a ti. Te llena de positividad y te ayuda a mantener en la memoria sus bendiciones pasadas, de manera que las evoques en tus próximas pruebas. Canta “Bendice, alma mía, a Jehová” (si es posible, con tu familia).