7 de junio | TODOS
«Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas» (Sal. 126: 5-6).
El pueblo de Israel entonó este salmo mientras retornaba de la cautividad. Habían sido años de tristezas y lágrimas. El orgullo y la rebeldía lo habían llevado a vivir setenta años en el cautiverio de Babilonia. Los judíos habían llorado a las orillas de los ríos de Babilonia. Desde allí, imaginaban, a la distancia, la santa ciudad, pero ahora al fin regresaban con sus alforjas llenas de experiencias para segar la cosecha de su aprendizaje.
El dolor puede ser el maestro de las almas nobles. Conocí a Joaquín, un valeroso comunicador del evangelio que aprendió a llevar esperanza a la gente después de pasar por el valle de sombra de muerte. Su pasión por buscar personas y conducirlas a Jesús era inspiradora. Relataba los años que había pasado en un hospital psiquiátrico, sumergido en alucinaciones fantasmagóricas. Entonces no lograba dormir de día ni de noche sin sedantes que lo adormeciesen. Aullaba como si fuera un lobo en las noches de luna llena. Hasta que un día la luz del evangelio llegó a su vida y se entregó a Jesús.
Restaurado de su angustia mental, empezó a buscar personas desesperadas y a hablarles del poder restaurador del evangelio. Contaba que había pasado largos años andando y llorando para, ahora, llevar la preciosa semilla y tener la alegría de ver una sonrisa en el rostro de personas que habían vivido sin esperanza.
Hablar del amor de Jesús no es fácil en un mundo consumido por el secularismo. La misión puede resultar dura y arrancar lágrimas de desaliento, pero la cosecha es gratificante para los que no se desaniman y continúan anunciando el evangelio de Jesús.
En Acción
Haz del día de hoy una experiencia de alegría, compartiendo la esperanza que otro día llegó a tu vida. Canta “Los que siembran con lágrimas” (si es posible, con tu familia).