11 de junio | TODOS

Alabad al Señor, ¡aleluya!

«Alabad a Dios en su santuario; alabadlo en la magnificencia de su firmamento. Alabadlo por sus proezas; alabadlo conforme a la muchedumbre de su grandeza» (Sal. 150: 1-2).

La alabanza a Dios es una línea brillante que destaca a lo largo de la Biblia. En el cielo Lucifer se alzó deseando arrebatar para sí la alabanza que pertenecía solo a Dios, y fracasó. Cuando Jesús inició su ministerio en esta tierra, Lucifer, disfrazado de ángel de luz, se le presentó y le dijo que lo adorara a cambio de todas las riquezas del mundo, y nuevamente fracasó.

A través de toda la Escritura, percibirás que existe un conflicto cósmico y espiritual entre Cristo y Satanás. La razón de este conflicto es la alabanza y la obediencia. Obedeces a quien alabas y alabas a quien obedeces.

El salmista hoy nos invita a alabar a Dios aquí y allá, por esto y por aquello. La esencia del mensaje es que no existe un lugar determinado para la adoración, que la alabanza tampoco se limita ni al tiempo, ni al espacio, y que los motivos para practicarla son múltiples.

Puedes hacer de tu corazón un templo. Pablo dice que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo. Cada latido de tu corazón puede ser una nota de alabanza, reconociendo la grandiosidad de sus obras y la inmensidad de su amor.

El pecado intentó separarnos de Dios y destruir su imagen en nosotros, pero su misericordia proveyó salvación y por eso un día los redimidos cantarán: «Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Apoc. 4: 11).

En Acción

Haz de tu vida entera hoy un santuario de adoración y alabanza a Dios. Canta “¡Alabe al Señor, aleluya!” (si es posible, con tu familia).