15 de junio | TODOS
«El que ama la instrucción ama la sabiduría; el que aborrece la reprensión es un ignorante» (Prov. 12: 1).
En el libro de Proverbios la sabiduría y la necedad son presentadas como dos mujeres hermosas que llaman al ser humano. La primera exhibe una belleza natural, auténtica y sin fingimientos; la hermosura de la segunda es artificial, fingida y engañosa. La sabiduría invita. La insensatez seduce. El hombre y la mujer se encuentran en la encrucijada. Hay dos caminos, dos destinos. La decisión es personal.
La sabiduría involucra instrucción, aprendizaje, sufrimiento, renuncia y muchas veces sacrificio. La necedad, por otro lado, te ofrece el mundo sin límites, pero su promesa es falaz.
Multitudes la siguen entusiasmados, ignorando que su fin es la muerte.
Salomón relaciona a la sabiduría con instrucción y reprensión. Ambas palabras conllevan la necesidad del aprendizaje, y no existe aprendizaje sin dolor. Es necesario emplear horas de reflexión y autoexamen, aceptar los errores propios y corregir los defectos, renunciar a conceptos acariciados y costumbres adquiridas, enmendar el rumbo, esforzarse en retirar las piedras del camino. Amar la sabiduría requiere humildad para aceptar que un título profesional no enseña, necesariamente, a vivir.
La persona que rechaza la sabiduría es definida por Salomón como ignorante, y la ignorancia es el primer eslabón en la cadena del sufrimiento. No es la ignorancia del «no saber», sino la ignorancia ciega y terca que rechaza la instrucción y la reprensión.
Dios es la fuente de la verdadera sabiduría. «Si alguno tiene falta de sabiduría, pídala a Dios» (Sant. 1: 5), aconseja Santiago. El Señor es un Padre de amor dispuesto a iluminar el sendero de los que lo buscan con sinceridad de corazón.
En Acción
Pedir de corazón sabiduría es reconocer las propias limitaciones. Entraña humildad. Y esa es justamente la actitud necesaria para adquirir conocimiento verdadero. ¿Estás dispuesto a pedir sabiduría de corazón?