20 de junio | TODOS
«El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia» (Prov. 28: 13).
Ricardo se debatía en la cama sin lograr dormir. El peso de la culpa lo atormentaba de día y de noche. Vivía clavado en el madero de su propia conciencia. Los seres humanos creían en sus disculpas y explicaciones, pero en el fondo se sumergía en un pozo sin fondo, cayendo a las profundidades de su autocondenación, hasta el día en que alguien le habló de Jesús y le mostró que la única salida para su tormentosa vida era el perdón.
La actitud de Ricardo ha sido la del ser humano desde el jardín del Edén. El pobre pecador se esconde del peso de la culpa entre los árboles de su propia imaginación, pero no logra encontrar la paz que tanto anhela. Llora, gime de angustia y un día, cansado de correr, se endurece y considera que no existe el pecado y que cada cual decide cómo vivir.
Salomón enseña que «el que encubre sus pecados no prosperará», porque la culpa paraliza, destruye y te aboca a las oscuras avenidas de la angustia existencial. Hay, sin embargo, un remedio, ir a Jesús y abrirle el corazón, dejar en sus brazos el fardo de la conciencia culpable, y suplicar perdón. La promesa es que el pecador arrepentido alcanzará misericordia.
La Biblia está llena de historias de pecadores que se arrepintieron y encontraron el descanso para el alma: David, el rey que en una cueva lloró por su pecado y fue perdonado; María Magdalena, que se postró a los pies de su Maestro y fue purificada; Pedro, que negó a su Señor, pero experimentó el perdón una vez arrepentido.
Por otro lado, encontramos también historias como la de Judas, que atormentado por el peso de la culpa se quitó la vida; o como la del ladrón impenitente, que murió ahogado en el lodazal de sus sarcasmos e incredulidad.
En Acción
El problema de mantener pecados sin confesar es que su presencia te corroerá el alma. Pasará el tiempo y acabarás descubriendo que careces de paz porque no puedes perdonarte a ti mismo. Siendo así, ¿qué harás con tus pecados? Canta “¿Quién alcanzará misericordia?” (si es posible, con tu familia).