24 de junio | TODOS
«Yo soy la rosa de Sarón, el lirio de los valles. Como el lirio entre los espinos es mi amada entre las jóvenes» (Cant. 2: 1).
El Cantar de los Cantares es un poema de amor entre un hombre (a menudo identificado con el propio rey Salomón, a quien se atribuye la autoría) y una doncella campesina proveniente de Sunem. La Biblia no dice su nombre, apenas la identifica como «la sulamita»; tal vez porque, de este modo, la historia se adapta mejor a cualquier persona. El libro es, además, una alegoría de la relación de amor entre Cristo y su iglesia.
La sulamita es una mujer campesina que no se siente digna del amor del rey. Al principio, ella se esconde. Su corazón late de amor por él, pero su mente le dice que ella no pasa de ser una mujer sencilla y que su destino será humilde como lo fue su pasado y lo es su presente.
No siente merecer ese amor. ¿Quién es ella para aspirar a algo tan elevado? En el texto de hoy, la mujer se compara a la rosa de Sarón y al lirio de los valles, dos flores del campo que crecen, humildes e inadvertidas, solo porque un día aparecieron en medio del desierto.
El amante la observa, no solo como lo que es sino como lo que un día será, transformada por su amor, y dice: «Como el lirio entre los espinos es mi amada». Es bella. Los espinos de la vida casi ahogan su belleza, se siente asfixiada, atormentada y acomplejada por las circunstancias, pero el joven enamorado está dispuesto a liberarla de sus temores.
Nosotros somos la sulamita, enterrados bajo los complejos de la vida, ahogados por los espinos de la opinión ajena, sofocados por las críticas y maledicencias. Somos indignos, es verdad, nos alejamos del Padre y nos deformamos. Sin embargo, nuestro corazón clama buscando amor. Somos frutos del amor, nacidos para amar, y nuestro destino es el amor, pero nos sentimos indignos y condenados a arrastrarnos en el desierto de este mundo.
Ahora bien, Cristo se hizo humano y vino a esta tierra a pagar el precio de nuestra redención. Ya no necesitamos escondernos en las cuevas de nuestro pasado. Nada bueno hicimos, pero el Príncipe del universo no nos ama porque lo merezcamos, sino únicamente por gracia.
En Acción
Así como los enamorados se aman con un amor exclusivo, igualmente el Padre amoroso te ama a ti de manera exclusiva. A fin de cuentas, todos somos únicos. Y, lo que es mejor, el amor de Dios es infinito. ¡Él tiene «de sobra» para cada uno de nosotros!