25 de junio | TODOS
«Las muchas aguas no podrán apagar el amor ni lo ahogarán los ríos. Y si un hombre ofreciera todos los bienes de su casa a cambio del amor, de cierto sería despreciado» (Cant. 8: 7).
Darío y Jimena llegaron al altar para unir sus vidas para siempre. Como es usual, el pastor les deseó que fueran bendecidos «hasta que la muerte os separe». Seis años después, llegaron a la conclusión de que ya no se amaban. ¿En qué momento dejaron de amarse? Según ellos, habían tenido muchos y variados problemas y, aunque se esforzaron por resolverlos, no pudieron, y concluyeron que lo más sensato era que cada uno siguiese su propio camino.
Sin embargo, en el texto de hoy Salomón afirma que «las muchas aguas no podrán apagar el amor ni lo ahogarán los ríos». La fuerza de las «muchas aguas» es símbolo de los problemas y dificultades que surgen en la vida. Son, a veces, avalanchas de adversidades que arremeten contra la nave del amor; pero si este es verdadero, es más que un sentimiento; es un principio que, como la roca, permanece firme a pesar de las circunstancias.
El amor verdadero no se puede comprar con nada: «Si un hombre ofreciera todos los bienes de su casa a cambio del amor, de cierto sería despreciado». El amor que dura para siempre nace en Dios y solo permanece vivo en el corazón si el hombre o la mujer viven una experiencia diaria de amor con Cristo.
Para que un hogar permanezca unido, necesita estar unido por el amor divino que contagia e incendia los corazones. No basta el amor de uno de los cónyuges. El amor en una pareja se vive a dos. Ambos necesitan creer en el origen divino del amor y ambos deben procurar beber diariamente en la fuente del amor. Por esta razón el profeta pregunta: «¿Andarán dos juntos si no están de acuerdo?» (Amós 3: 3).
En Acción
Cuando ames, hazlo con un amor semejante al de Dios, que no busca nada a cambio. Canta “Un sello sobre tu corazón” (si es posible, con tu familia).