18 de enero | TODOS
«Pero José les dijo: “Acercaos ahora a mí”. Ellos se acercaron, y él les dijo: “Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Ahora, pues, no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, porque para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros”» (Gén. 45: 4-5).
El mediodía se queda sin nadie. Solo el calor insoportable reverbera en el suelo seco. Hace mucho tiempo que no cae una gota de agua y la tierra se niega a producir. La hambruna flota como nube de muerte sobre los hijos de Israel. Hay mucho sol. En cada rincón, en cada piedra, en cada arbusto que tercamente resiste la sequía.
A los hijos de Jacob no les queda otra opción sino llamar a la puerta de Egipto. En el país vecino también la humedad se ha escondido en alguna caverna oscura donde nadie la puede encontrar. Pero Dios utiliza a un hombre fiel, José, para bendecir a esa nación pagana, mientras que su pueblo sufre las consecuencias de incluir en su seno a gente que formalmente es religiosa pero no pasa de ser un grupo de traidores que vendieron al hermano menor.
Los años se habían deslizado en la historia como una silenciosa serpiente. Ahora, sin saberlo, los traidores se encontraban en presencia de la víctima. ¿Casualidad? No. En los planes divinos nada es por casualidad. Todo está bajo su control. O inspirando o permitiendo, pero nada escapa a su dirección.
Llega el momento de la revelación. José les pide que se acerquen a él, y les dispara a bocajarro: «Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios». Ellos se asustan. Preferirían ser arrojados en la cárcel. A fin de cuentas, hace mucho tiempo que viven en la prisión de su propia historia. Sería mejor enfrentar la crueldad de Faraón. Quién sabe, él podría apiadarse de ellos. Pero estaban delante de la indefensa víctima a la que habían maltratado y vendido.
Sudor frío. Sudor de miedo y espanto. ¡Qué pena! Un reencuentro de hermanos debía ser siempre un día de alegría y júbilo. Pero ellos no estaban preparados. ¿Lo estarás tú cuando Jesús, nuestro hermano, a quien traicionamos y crucificamos, regrese en gloria?
En Acción
¡No seas prisionero de tu pasado! Busca hoy a la persona o personas a quienes hayas engañado, traicionado o lastimado. Date a conocer, confiesa tu error y pídeles perdón.