18 de julio | TODOS
«En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual lo llamarán: “Jehová, justicia nuestra”» (Jer. 23: 6).
Hablando del Mesías que vendría a salvar al mundo, el profeta dijo que su nombre sería «Justicia». Significa que cuando le pido justicia a Jesús, él mismo viene a mí porque él es la justicia. Nadie puede separar a Dios de su justicia, ambos son uno. Jesús es la propia justicia.
Con frecuencia pensamos que un hombre justo es aquel que no miente, no roba, no mata y cumple todo lo que la ley demanda. Esto es verdad, pero solo como fruto de estar en Cristo y permanecer en comunión con él. Jesús es la justicia. Separados de él, la buena conducta no pasa de mero moralismo. Y cristianismo no es moralismo, sino relación con Jesús.
El cristianismo se transforma en una experiencia asfixiante cuando el único afán de la vida cristiana es portarse bien. Pero se vuelve fascinante y llena de significado cuando es la experiencia maravillosa de vivir cada día con la persona amada: Jesús. Esto es lo que afirma Pablo: «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2 Cor. 5: 21).
Pablo va más allá de lo que cualquier ser humano puede imaginar. Él dice que en Jesús el ser humano es hecho justicia y no que simplemente practica la justicia. Después de lo dicho, cuando reflexionas en la justicia de Dios, ¿piensas en un atributo divino, en la fuerza que necesitas para obedecer, en el perdón, o en Cristo?
En Acción
¿Te has dado cuenta de que el versículo de hoy identifica ser «salvo» (como «Judá») con la justicia encarnada por Dios? En la Biblia es frecuente esa asociación de ideas, y se entiende mejor si comprendemos que la justicia divina se basa en la gracia y no en la retribución. Meditar en ello te hará conocer mejor a Dios.