23 de julio | TODOS
«Se abrió una brecha en el muro de la ciudad, y todos los hombres de guerra huyeron. Salieron de noche de la ciudad por el camino de la puerta entre los dos muros que había cerca del jardín del rey, y se fueron por el camino del Arabá mientras los caldeos mantenían su cerco a la ciudad» (Jer. 52: 7).
Nabucodonosor había sitiado Jerusalén por dos años, y en el verano del año 586 a.C. los soldados de Babilonia cavaron un agujero en los muros de la ciudad y penetraron en ella. Como ya vimos al referirnos a lo que relata 2 Reyes 25, cuando el rey Sedequías se enteró de la situación, tomó a su esposa y a sus hijos y huyó. ¡Triste actitud! Jugó con la gracia divina, se endureció frente a las advertencias de Dios, cayó en la idolatría más repugnante, ordenó encarcelar al profeta, y ahora, al ver las consecuencias de su pecado, en lugar de volver los ojos a Dios y arrepentirse, corrió y se escondió.
Pero de nada le sirvió. Su final y el de sus hijos fue terrible. Una cruel paradoja, siendo que el nombre ‘Sedequías’ significa «La justicia viene del Señor». Y llegó, en efecto, la implacable «justicia», en manos de Nabucodonosor, pero por no haber seguido el consejo de Dios.
¿Por qué cayó Jerusalén? «Jehová, tu Dios, anunció este mal contra este lugar; y lo ha traído y hecho Jehová según lo había dicho, porque pecasteis contra Jehová y no escuchasteis su voz. Por eso os ha venido esto» (Jer. 40: 2-3).
¡Mira cómo son las cosas! Un pagano que no conocía a Dios era consciente de que Jerusalén estaba viviendo el resultado de su desobediencia. Pero el pueblo no entendía.
¿Entendemos nosotros hoy?
En Acción
No busques batallas estériles que, con el tiempo, quizá propicien que tengas que salir corriendo. Acepta los planes de Dios y, eso sí, una vez que empieces a cumplirlos sigue hasta el final.