25 de julio | TODOS
«Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, mi palabra, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo diga al impío: “De cierto morirás”, si tú no lo amonestas ni le hablas, para que el impío sea advertido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano”» (Eze. 3: 17-18).
Desde la torre construida en la parte más alta de la ciudad, el atalaya miraba hacia el horizonte para ver si se aproximaba el enemigo. Si viese cualquier anormalidad, tocaba la trompeta a fin de que el pueblo se preparase para la batalla. Si fallaba en su misión, la ciudad corría el riesgo de ser destruida.
Nosotros somos hoy los atalayas del mundo. Las señales del tiempo del fin, que podemos ver cumplirse en nuestros días, nos advierten de la urgencia de nuestra misión. No podemos permanecer como simples espectadores. Necesitamos estudiar cuidadosamente lo que la Biblia dice acerca de la situación actual y dárselo a conocer al resto del mundo; eso sí, siempre con énfasis en Jesús, impregnados de su amor en nuestras palabras y acciones.
«Los que aceptan la verdad presente y son santificados por ella, tienen un intenso deseo de representar la verdad en su vida y carácter. Tienen un profundo anhelo de que otros vean la luz y se regocijen en ella» (Elena G. White, Obreros evangélicos, pág. 253).
Ante el panorama presente, este anhelo se vuelve aún más apremiante. El cambio climático, fruto del calentamiento global, y los desastres que son efecto del maltrato humano a los recursos naturales, las pandemias que asolan ciudades y convierten las viviendas en cárceles domiciliarias, todo esto es evidencia de que nuestro planeta se acerca al fin de su historia.
El texto de hoy nos recuerda que el Señor ya mucho tiempo atrás asignó a sus siervos la responsabilidad de ayudar a otros a conocer a Dios.
En Acción
¡Ojo, Dios no quiere castigarte! Esa responsabilidad tiene que ver con el lamento que experimentarías de no haber avisado a otros a tiempo del peligro que los amenazaba. A menudo el lenguaje humano de los profetas da a entender que Dios hace cosas que él solo permite. Sea como fuere, ¡actúa en beneficio de tus semejantes!