28 de julio | TODOS
«Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque yo no quiero la muerte del que muere, dice Jehová, el Señor. ¡Convertíos, pues, y viviréis!» (Eze. 18: 31-32).
Convertirse significa reflexionar, llegar a la conclusión de que se sigue un camino equivocado, y cambiar de dirección. No basta percibir el error, es necesario andar en la dirección correcta. En la vida espiritual, el pecador percibe que su sendero es camino de muerte y de inmediato decide volverse hacia la vida.
El pecado es un pesado fardo que atormenta al que lo practica. No es solo el sentimiento de culpa que lo condena, son también las tristes consecuencias que trae consigo. Y como Dios ama al pecador, le dice a través de Ezequiel que se libre de sus transgresiones. ¿Cuál es la manera correcta de despojarse del fardo del pecado? El salmista David responde: «Echa sobre Jehová tu carga y él te sostendrá; no dejará para siempre caído al justo» (Sal. 55: 22).
Ezequiel nos dice hoy que Dios no quiere que nadie muera, sino que se convierta. Su invitación es para todos. «El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”. El que oye, diga: “¡Ven!”. Y el que tiene sed, venga. El que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Apoc. 22: 17).
En cierta ciudad brasileña, un taxista encontró en la calle a un niño que había sido atropellado y abandonado. Movido a compasión, aun a riesgo de ser considerado culpable, el bondadoso hombre recogió al niño y buscó el pronto socorro más cercano. Por desgracia, el médico había salido, y el niño murió. Cuando las autoridades buscaron a los padres de la víctima descubrieron que el padre era el médico que no había estado en su puesto del deber. Enterado de lo sucedido, el padre enloqueció. ¡Trágica noticia!
En cambio, si un día tú o yo decidimos perdernos, eso no querrá decir que Dios no hace todo lo posible por hallarnos y salvarnos.
En Acción
Como puedes ver en el texto de cabecera, Dios no quiere la muerte (o perdición) de nadie. Jesús vino a salvar, no a condenar. Tenlo muy presente cada vez que, como tantos otros cristianos, te sientas tentado a poner más énfasis en juzgar que en salvar. Canta “¡Convertíos y viviréis!” (si es posible, con tu familia).